Gracias a los que trabajan para paliar la tragedia.
Y consuelo a quienes atraviesan el dolor del infortunio. La esperanza es esa semilla que crece en el silencio, una promesa de que la luz siempre vuelve, incluso cuando parece que la oscuridad impide predecir un futuro con optimismo.
Los rescatadores, con su valentía y dedicación, son un ejemplo de quienes viven con propósito: arriesgar su vida por otros, entregarse al servicio sin esperar recompensa. Ese es un propósito lleno de nobleza, y su entrega en cada acto de salvamento es como un poema en sí mismo.
La tragedia más terrible no es morir, sino vivir sin propósito... así los rescatadores tienen ganado el cielo en la tierra: bomberos, policías, militares, trabajadores municipales, sanitarios, voluntarios de Protección Civil, Cruz Roja, asociaciones y hermandades... y, especialmente, a esa impresionante cantidad de ciudadanos espontáneos...
La tragedia más terrible no es morir,
sino vivir en sombras, sin rumbo, sin compartir.
Mas hay quienes, valientes, se lanzan al ruedo,
alzan los brazos, vencen el miedo.
En aguas oscuras o en tierra de escombros,
son faros de vida en los momentos rotos.
A cada latido, responden al grito,
levantan al caído, reconstruyen el hito.
No temen el llanto, el frío, el dolor,
su esencia es entrega, su arma es amor.
Y aunque sus días sean lucha y desvelo,
llevan en ellos un trozo de cielo.
Así viven ellos, con propósito ardiente,
siendo el refugio, el puerto, la fuente.
Mientras otros buscan razón y sentido,
ellos, sin palabras, ya lo han encontrado,
en cada vida que ha renacido.
Este poema es para aquellos que, sin pedir nada a cambio, asumen el riesgo de los rescates por amor a la vida. Cada acto de rescate es una promesa cumplida de humanidad, y su propósito se convierte en un legado de esperanza y coraje.
Y a quienes han pasado por el dolor de una tragedia, nuestro consuelo. La esperanza es esa semilla que crece en el silencio, una promesa de que la luz siempre vuelve, incluso cuando parece que la oscuridad impide predecir un futuro con optimismo.
Cuando la vida se rompe y duele el destino,
cuando todo parece perdido en el camino,
recuerda que en la noche más oscura y fría,
es cuando nace el alba, despuntando el día.
Así que avanza despacio, respira profundo,
el amor aún existe, y aún late el mundo.
De cada pérdida nace una fuerza divina,
de cada lágrima, una luz que ilumina.