El 47, retales (2ª parte)

He de mostrarles una perplejidad que, de ser real, salvaría la dignidad del director, aunque jamás justificaría la manipulación histórica de la película.


Publicado en primicia en Libertad Digital (29/10/2024), y varios días después por Salir al Aire (con autorización del autor). Leerlo en el sitio web original

El pasado 17 de octubre publicaba en LD el artículo: El 47, el relato nacionalista. La tesis central la centré en la crítica a la película por la obsesión nacionalista de imponer un pasado acorde con sus tesis nacionalistas de hoy, a costa de falsificar los hechos históricos de ayer. Pero dejé algunos flecos, obligado por las limitaciones de espacio que la prensa impone. Por eso, y sobre todo por el éxito y controversia que está provocando, completaré aquel primer artículo con los flecos de este otro dejados en el tintero. No obstante, les sugiero leer el anterior si no lo conocen, antes de seguir con la lectura de éste, porque se complementan y se completan.

Tres flecos dejé en el tintero. Al menos. El primero, irrelevante por ridículo y porque abunda en el victimismo catalanista, pero importante por representar en el imaginario victimista del nacionalcatalanismo un mito de la eterna persecución del catalán por el franquismo. En un pasaje muy tenso de la película entre la autoridad despótica de la Guardia Civil y los vecinos de Torre Baró, el sargento que la comandaba gritó autoritario a quien se le dirigía en catalán. ¡Hábleme en cristiano!

¡Va de retro, satanás!, el santo y seña –hoy diríamos, mantra– del nacionalismo para demostrar la eterna persecución del catalán y de Cataluña, por la dictadura. ¡Como si al resto de los españoles nos hubiera ido mejor...!

Como si esa coz verbal hubiera sido la normalidad de aquella época.

Seguro que en algún momento, algún o algunos franquistas de la inmediata posguerra pronunció tal grosería, pero les juro que en los 56 años que llevo en Cataluña jamás lo oí ni una sola vez en boca de un castellanohablante o catalanohablante no nacionalista para censurar a un catalanohablante, aunque sí cientos de veces en catalanistas profesionales para sacar partido victimista del exabrupto y excluir, ahora con buena conciencia, a los castellanohablantes. Ahí tienen la inmersión franquista en versión catalanista. Como si esa coz verbal hubiera sido la normalidad de aquella época.

Más o menos, como aquella otra del director de la Vanguardia, Luis de Galinsoga, que en 1959 en la sacristía de la iglesia de San Ildefonso de Gracia (Barcelona) increpó al párroco de forma inadmisible, a propósito de la homilía que acabada de dar en misa: «estos catalanes son una mierda». El rebuzno le costó el cargo y otorgó al catalanismo el mantra perfecto para utilizar el error de un fascista para estigmatizar como enemigos de Cataluña a todos los españoles durante décadas.

Exactamente igual que ese otro eslogan de “Pujol enano, habla castellano”. Un mantra que repitió el nacionalismo a partir de los años 90 desde sus terminales mediáticas y políticas atribuyéndolo a la resistencia al nacionalismo en Cataluña, que jamás pronunció, escribió o pintó en pared alguna.

Teníamos tatuado en nuestras acciones huir de ese tipo de eslóganes

Y en esta ocasión, puedo afirmarlo de forma fehaciente como testigo de los hechos, porque por aquella época, la Resistencia se reducía a la Asociación por la Tolerancia y teníamos tatuado en nuestras acciones huir de ese tipo de eslóganes. Su origen fue un artículo en el País, de Manuel Vázquez Montalbán donde recogía tal pintada para desacreditar a la primera organización de madres de Cataluña en defensa del derecho de sus hijos a estudiar en lengua materna (CADECA), y que había ido a Madrid el 9 de septiembre de 1994 a requerir ayuda al Ministerio de Educación, y presentar un recurso ante el Tribunal Constitucional en defensa de sus derechos.

La noche anterior, aprovechando tal viaje de CADECA a Madrid, tres secuaces del ultraderechista Ynestrillas habían hechos pintadas en las inmediaciones del Ministerio de Educación, entre ellas, ésta. Evidentemente sin tener nada que ver con la asociación de madres ni con la Resistencia en Cataluña al nacionalismo.

Bastó esa gansada impropia de un demócrata para que Manuel Vázquez Montalbán, que jamás había recogido eslogan alguno de la Asociación por la Tolerancia, o CADECA, ni defendido el derecho de los niños de lengua materna española a estudiar en castellano en Cataluña, para que todos las terminales mediáticas de Cataluña satanizaran a las madres y a la Resistencia al nacionalismo como ultraderechistas. Recogí con detalle de cirujano cada uno de los acontecimientos de aquel entonces en un capítulo de Historia de la Resistencia en Cataluña: “Pujol, enano, habla castellano. La pintada que nunca representó a la Resistencia (págs. 296 a 302). Años después, en la noche electoral del triunfo de Aznar, los tontos útiles que celebraban el triunfo del PP ante el balcón de Génova, tuvieron la estúpida idea de recordar el mantra nacionalista, para rectificarlo sobre la marcha con este otro: “Pujol, guaperas, habla lo que quieras”. Aznar necesitaba sus votos para gobernar.

Así se escribe la historia en Cataluña.

Estoy seguro, queridos lectores, que tendrían serias dificultades para recordar hoy alguna de la muchas pintadas de la Resistencia al nacionalismo, pero casi seguro que sí recuerdan esa. Así se escribe la historia en Cataluña.

Los patrocinadores, el segundo fleco. No hay que ser un lince para barruntar que, vistos los patrocinadores (Mediapro Studios, TV3, RTVE y Telson), el guion –con perdón del guionista y director, Marcel Barrena– impone carácter. ¿Qué se puede esperar de Roures, TV3 o la RTVE de hoy secuestrada por el colaboracionismo sanchista con el nacionalismo catalán? Lo que no puede ser, no es, y es imposible que sea. Si controla y paga TV3 y su coro, de lo único que podemos estar seguros es que no veremos una historia imparcial.

Dicho esto, he de mostrarles una perplejidad que, de ser real, salvaría la dignidad del director, aunque jamás justificaría la manipulación histórica de la película. En particular, el remozado nacionalista y el hurto de las luchas sociales y sus protagonistas que entonces se produjeron y que no hay ni rastro en la película. En el artículo "El 47” y las luchas no compartidas, de Jordi Cuevas, se insiste con todo lujo de detalles.

Un giro inesperado a la escena para introducir un matiz al guion nacionalista.

Así entramos en el tercer y esencial fleco. Hay una escena final, la de la hija del extremeño (en realidad es nieta en la vida real), que estremece por la belleza, pero aún más por la rebeldía que muestra. No ella, claro, porque ella al fin y al cabo sólo es una actriz sujeta a un guion, sino la del director Marcel Barrera, al incluir la escena donde la charnega que habla catalán, da un giro inesperado a la escena para introducir un matiz al guion nacionalista. Lo plasmaré con palabras de Julio Villacorta, que hace de tal escena el centro de gravedad de la película, convirtiendo a la chica en símbolo del conflicto lingüístico en Cataluña al confrontar origen y lengua:

«El conflicto personal de la joven se refleja en su preparación para cantar un solo en un concierto del coro, donde la pieza seleccionada es Rossinyol, una canción tradicional catalana cargada de simbolismo cultural. A pesar de sus esfuerzos, la directora del coro no le permite interpretar el solo, lo que genera en la protagonista una sensación de rechazo, como si no estuviera a la altura de las expectativas impuestas por su entorno.

El sorpresivo momento culminante llega al final de la película, cuando, tras la interpretación impecable de Rossinyol por la solista habitual, la joven toma el escenario de manera inesperada. En un acto de desafío y autoafirmación, canta Gallo negro, gallo rojo, una canción en castellano de Chicho Sánchez Ferlosio que tiene una fuerte carga política y emocional, vinculada a la Guerra Civil española. A través de esta canción, la protagonista encuentra su propia voz, conectada con su lengua materna, el castellano, a pesar de haber sido educada principalmente en catalán.

Este acto final no solo es una rebelión contra la directora del coro, sino una reivindicación de su identidad personal, la cual está profundamente enraizada en la lengua que heredó de su madre biológica, a pesar de que su presencia ha sido casi inexistente. La fuerza de la lengua materna emerge en este momento como un símbolo de resistencia y de memoria, mostrando que, aunque la protagonista fue criada en un ambiente catalanista, su vínculo con el castellano sigue siendo una parte esencial de su ser».

El guion no muestra el claro maniqueísmo que hay en Cataluña

Gallo negro, Gallo rojo, es una clara referencia a las raíces españolas del bando republicano en la Guerra Civil. Con una carga simbólica imposible de obviar. El gallo negro es torpe y cobarde, representa al fascismo, mientras el rojo, pequeño y valiente encarna la lucha antifranquista. Lo que a mí, me deja perplejo. El guion no muestra el claro maniqueísmo que hay en Cataluña entre propietarios de la masía y charnegos, entre la lengua catalana y la lengua española; y sin embargo remarca con esta metáfora guerracivilista, la polarización sanchista entre progresistas y ultraderechistas. Pero ese sería otro debate aún más sutil.

Fuere como fuere, la escena final de la canción Gallo negro Gallo rojo la hace en un español limpio y rotundo. Y todo ello precedido de una dramatización escénica muy conseguida. Supongo que para el fundamentalismo lingüístico catalán debe ser como entrar en una iglesia y maldecir a Dios. He ahí mi sospecha de que el director ha dejado su impronta como la dejaban en el franquismo los autores que debían burlar su censura con tretas no explícitas. ¡A saber!