Aunque no hubiera cambio climático, ni tuviéramos necesidad inmediata de reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera, ni tan siquiera se viera amenazada nuestra existencia en la tierra de ningún modo, habría de ser un imperativo categórico para la humanidad mantener limpio el planeta, evitar a toda costa contaminar mares y océanos, ríos y bosques, mantener limpias y sanas nuestras ciudades y pueblos. Con el mismo esmero que cuidamos nuestra higiene personal, o el orden y la limpieza de nuestra habitación. Además de respetar todas las especies de vegetales, animales y demás seres de la tierra. No sólo por puro interés, sino también por urbanidad, por respeto a nuestro hábitat y por belleza ética y estética. Y para eso no hace falta convertir al cambio climático en un ritual religioso, en un dogma de fe.
Miren, yo nací en un pueblo perdido entre fallas y escarpados de los arribes del Duero cuando se abraza con el Tormes. Un lugar bravío y olvidado. Asentado entre peñascos inmensos, era una tierra inaccesible, un Macho Pichu al revés dónde no llegaba nadie, porque aquel rincón inaudito y bello era el fin del mundo. Un vergel de viñas, olivares, huertos y frutales con economía autárquica. Se comía lo que producía la tierra. Mi infancia fue medieval, esas infancias literarias de Macondo que tan bien retratara García Márquez. Pobres hasta decir basta. El más rico del lugar era el más pobre de cualquier otro. Nunca he vuelto a vivir en un lugar más ecológico que en aquel paraíso perdido. Nadie sabía lo que era reciclar, pero todos aprovechaban todo. Por necesidad. Hasta los cagarros de los burros y mulas al pasar por las calles del pueblo camino del campo, eran motivo de peleas entre las mujeres por su propiedad, al pasar frente a sus puertas. Era abono para el huerto. Un bien muy preciado.
Irritan sobremanera los ecopijos políticos de ciudad que pontifican con la ecología.
Cuento esta intimidad, porque irritan sobremanera los ecopijos políticos de ciudad que pontifican con la ecología y despotrican contra los agricultores y ganaderos con una soberbia analfabeta insoportable, sin tener ni idea de la relación real de las cosas, la vida y la supervivencia. Lo mismo les sirve echarle la culpa del cambio climático a las vacas, como justificar una tragedia como la de Valencia.
¿Quiénes se creen estos nuevos sacerdotes del cambio climático para decirnos a los demás lo que tenemos que hacer para evitar el apocalipsis? ¿Acaso consideran que los que no creemos en dioses ni divinos ni terrenales somos seres sin alma que nos da igual la salud de nuestro planeta? ¿O quizás, además de insensibles, nos desprecian por ignorantes?
La vileza de Pedro Sánchez de refugiarse en el cambio climático para justificar la tragedia de Valencia y echar los muertos sobre sus adversarios políticos, da asco. Y que lo hiciera en plan ecopijo desde Bakú, náuseas. ¿Pero qué demonios sabe él de climatología, si desconoce hasta la formación del Levante español, en buena parte ocasionado por las riadas periódicas desde la última glaciación? A decir del prestigioso ingeniero de caminos, Francisco Javier Sánchez Caro, desde el inicio del Holoceno (unos 12.000 años) el progresivo aumento de las temperaturas ha subido el nivel del mar alrededor de 120 metros; y desde 1321 se han producido una treintena de riadas similares (a intervalos de unos 25 años). La ignorancia de nuestros políticos junto a su mala fe es criminal. Margarita Robles sentenció que “Hacía 5.000 años que no pasaba lo de la Dana”. Y se queda tan ancha. O peor, se lo soportamos.
El cambio climático es una tautología, porque cambio siempre lo ha habido. En diversas direcciones. Con o sin el hombre sobre la tierra. Es la naturaleza de nuestro planeta y del Universos entero. “Nada es estático, el ser es y será cambio eterno”, decía Heráclito. Desde la última glaciación hace unos 15.000 años, la temperatura no ha dejado de aumentar y el nivel de los mares ha variado ininterrumpidamente.
A falta de dioses religiosos, utilizan el cambio climático como la nueva religión laica
Y no me atrevo a asegurar que el aumento que nos toca en suerte en esta época, sea fruto en parte, en todo o en nada de la acción del hombre. Hay estudios contradictorios, teorías y ninguna ley que cierre el debate. Pero para nuestros políticos occidentales “progres” tales incertidumbres científicas se convierten en coartadas ideológicas. A falta de dioses religiosos, utilizan el cambio climático como la nueva religión laica. En su nombre lo justifican todo, y a todos los disidentes, se les trata como herejes. Es la ideología woke con su lenguaje empalagoso, tedioso, insulso que lo inunda todo de emociones irracionales, étnicas y dogmáticas.
Del siglo de las luces nos están arrojando al siglo de las tinieblas. Con los mismos objetivos de siempre: el control del poder y el dominio de los adversarios. O por simple estupidez. Con consecuencias reales para la ciudadanía: la catástrofe de Valencia no la ha provocado el cambio climático, la ha producido la irresponsabilidad, la desidia y la ignorancia de los políticos. Si el PSOE y los nacionalistas no hubieran rechazado el PHN (Plan Hidrológico Nacional) –sé de lo que hablo porque lo defendí desde C's en el Parlamento de Cataluña–, además de un aprovechamiento mejor de las aguas del Ebro, del Júcar etc. para distintas cuencas, incluidas las fértiles tierras del levante español, se hubieran hecho las obras hidráulicas que hubieran evitado este desastre natural y asegurado el regadío para sus campos.
Ya saben lo que tienen que hacer; si no lo hacen, serán unos asesinos mañana.
Y por eso, porque es natural y los cauces no estaban domados por la mano del hombre, se ha mostrado monstruoso. Importa poco si hay o no hay cambio climático, lo que se ha demostrado con 220 muertos y miles de bienes perdidos, es que la desidia política lo permitió. Ahora lo tienen fácil, ya saben lo que tienen que hacer; si no lo hacen, serán unos asesinos mañana.
En una cosa tienen razón los sanchistas: debemos ser ecologistas, o sea respetuosos con la naturaleza. Lástima que ellos, que van sembrando doctrina para mantener limpio nuestro aire, sean los mayores contaminadores de la mente de los ciudadanos. Dan muchas lecciones a los demás para no contaminar ríos y mares, pero cada día ensucian con residuos tóxicos la mente de los ciudadanos. Les mienten, dogmatizan su mirada, sacralizan las ideologías, envenenan su pensamiento, arrojan a su mente mentiras, odios e intolerancia y colonizan instituciones. Están convirtiendo en verdaderos vertederos putrefactos los valores democráticos y la argamasa ética que sostiene nuestra Constitución. Nos quieren sumisos y mudos. Son tóxicos.
PD: “Las charos sanchistas” deberían reflexionar sobre la paradoja que plantea el maestro a sus alumnos en las “Las cenizas de Ángela”. Aplicada a ellas, nunca permitirían que sus amigos defecaran en sus sábanas, pero permiten que Pedro Sánchez secuestre sus mentes.