Escribía el historiador Joaquim Coll en la Tribuna de El Mundo bajo el título nada inocente La Cataluña híbrida de Salvador Illa la cantinela de siempre:
El PSC no es nacionalista, ni Illa un independentista, el 'procés' está en vía muerta por empate técnico entre constitucionalistas e independentistas, y a pesar de que el programa pactado es claramente nacionalista el resultado final será una Cataluña híbrida.
Reprochaba a nuestro amigo común, el catedrático de Derecho internacional privado, Rafael Arenas su pesimismo ante la deriva del PSC a posiciones claramente nacionalistas expuestas días antes en otra Tribuna de El Mundo: Cataluña: el proceso final. El constitucionalista Arenas, se conoce el paño, nunca ha vivido de él, y lo sufre a diario. Al contrario de Joaquín Coll, inmerso desde siempre en un entorno sociológico de corte sociocatalanista, compatible con esa atmósfera vital compartida por todo el nacionalismo.
Comparto el diagnóstico de Rafael Arenas y cuestiono el optimismo de Joaquim Coll. Pero uno y otro descuidan, sin embargo, el procés como concepto semántico. Seguramente absorbidos por la gravedad de su objetivo final, la ruptura con España. Me explico.
El proceso como concepto semántico atiende al conjunto de fases sucesivas de un fenómeno cuyo objetivo es culminarlo. En eso estamos. Y el pacto del PSC de Salvador Illa con ERC y Comuns, como presidente de la Generalitat, no sólo no lo revierte o detiene, sino que lo impulsa.
Una casta de catalanistas que se han otorgado a sí mismos el título de propietarios de Cataluña como si fueran un condado feudal.
Veamos, ¿el problema es el temor al fin del mundo, o las condiciones de vida que disfrutamos o padecemos mientras vivimos y lo tememos? Dicho de otro modo, mientras unos avanzan hacia la independencia, otros la sufrimos a diario. Los ciudadanos de Cataluña en particular, y el resto de España en general, llevamos soportando el desprecio, la exclusión y los privilegios de una casta de catalanistas que se han otorgado a sí mismos el título de propietarios de Cataluña como si fueran un condado feudal. Y la justificación es acusar de colonos, o enemigos de Cataluña a cuantos catalanes consideran ajenos a esa causa. Es el negocio nacional, del que viven muy bien mientras llegan a la tierra prometida.
Todo es un camelo, una mascarada, necesitan la amenaza del fin del proceso, o sea, la independencia, para controlar y seguir monopolizando los pingües beneficios que su amenaza provoca.
¿Para qué quieren precipitarse por llegar a la Tierra prometida si el procés hacia ella les garantiza el control de todas las Instituciones y la gestión del acceso laboral a ellas? ¿Por qué van a sufrir por no tener la soberanía plena, si están en camino de lograr la económica, la fiscal, la policial y de fronteras, y tienen ya la cultural y lingüística? Y las que quedan, la judicial, política exterior y soberanías deportivas a través de selecciones nacionales están en camino y garantizadas por el PSC, ERC y Comuns, que deberían, por ideología, ser su oposición. ¿Qué mayor triunfo del separatismo que eliminar a sus opositores naturales incorporándolos a la Cueva nacional de Alí Babá? Y si encima lo hacen con el beneplácito del presidente del Gobierno español, miel sobre hojuelas.
Por eso, discutir si el PSC de Salvador Illa nos llevará a la independencia, previo paso por una confederación de estados plurinacionales, entretiene al personal, y anima el debate, pero neutraliza la amarga realidad diaria de exclusión que sufrimos los ciudadanos castellanohablantes en Cataluña y los privilegios de esa Cataluña nacionalista sobre el resto de España. Mientras nos asustan y nos asustamos con la llegada del fin del mundo, nos saquean. Y nos humillan. Lo más parecido –con las debidas correcciones– a las sociedades estamentales de siervos y señores feudales.
Poco a poco va calando esa lluvia ácida del 'procés' con sus cuentos, sus cuentas y sus coces a la Constitución y a España.
Junto a ese descuido, cristaliza otro que Joaquim Coll ignora en su Catalunya híbrida. Es la banalización del mal. En versión catalanista, la normalización de la realidad. Poco a poco va calando esa lluvia ácida del procés con sus cuentos, sus cuentas y sus coces a la Constitución y a España. Ya sin decoro alguno. Hay toda una antología de lenguaje alternativo para colar con vaselina lo que a las claras resultaría lo que es: abuso, chantaje, un mondongo reaccionario que de otro modo Salvador Illa no podría reciclar.
Ese rol lo hicieron en el pasado los tripartitos de Maragall y Montilla, y lo profundiza ahora Salvador Illa con lenguaje y contenidos nacionalistas. De ahí no saldrá una Cataluña híbrida, su gobierno solo asfaltará un tramo más de la Cataluña reaccionaria hacia la independencia. Con materiales muy tóxicos. Como la exclusión, el racismo nacional o el apartheid lingüístico. Esta será la aportación de Pedro Sánchez a la convivencia de Cataluña y a la cohesión de España. Y la conversión definitiva del PSC al nacionalismo reaccionario catalán.
Nostalgia del Ciudadanos de la primera legislatura. Habríamos de haber suplantado al PSC. Y no se hizo. Estas son las consecuencias.
CODA: Lo que queda del señuelo de la Cataluña "híbrida" es consenso, paz social y convivencia. O sea publicidad encubierta de ese navajazo a la igualdad social y a la convivencia de España entera.
La Catalunya "consentida" que contrapongo, se la dejo, querido lector, a su libre interpretación.