Opinión

'El 47', el relato nacionalista.

El catalanismo ha contado la épica de aquellos parias desarraigados, obligados a dejar sus pueblos de Andalucía, Extremadura… no para reivindicar su memoria, sino para vender su relato nacionalista.


Publicado en primicia en Libertad Digital (17/10/2024), y varios días después por Salir al Aire (con autorización del autor). Leerlo en el sitio web original

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Salí del cine conmovido por la tragedia de una generación olvidada, pero con un sabor amargo incrustado en las tripas, lleno de rabia. Un malestar entre la nostalgia de una realidad vivida y la indignación. Como si te acabaran de atracar y te hubieras quedado bloqueado entre la emoción de seguir vivo y la humillación. Aún, después de horas, cuando me pongo a escribir de madrugada, no sé cómo gestionar este malestar. ¿Cómo puede provocar ira y admiración al mismo tiempo una obra maestra? Es tan evidente la excelencia de la dirección, del guion, la fotografía, la banda sonora o la extraordinaria interpretación del protagonista, como insoportable la manipulación de un hecho histórico para vender el relato del nacionalismo catalán al uso.

La película se sitúa en la Barcelona del tardofranquismo de los años 60 y la esperanza democrática de los 70, cuando el desarrollismo de la ciudad necesitaba mano de obra, pero sus infraestructuras carecían de capacidad para acogerla con dignidad. Sin reglas urbanistas y cientos de miles de trabajadores y familias a la intemperie, acamparon en la periferia de la ciudad con lo puesto. Primero improvisando chabolas construidas con sus propias manos y después casas rudimentarias en un entorno sin urbanizar, sin agua corriente, ni luz, ni transportes públicos, ni calles asfaltadas, escuelas o centros sanitarios. Bajaban a la ciudad a ganar salarios de miseria, y volvían al anochecer. Abandonados de la mano de Dios, su realidad era ignorada por las autoridadesEl 47 es la historia de cómo el asentamiento de Torre Baró, uno de los barrios castellanohablantes más emblemáticos de Nou Barris por sus luchas sociales, secuestró un autobús municipal para que el transporte público llegara a sus barrios.

Todo lo que toca el catalanismo, lo ensucia. Ha contado la épica de aquellos parias desarraigados, obligados a dejar sus pueblos de Andalucía, Extremadura… en busca de una vida mejor en Cataluña, no para reivindicar su memoria, sino para vender su relato nacionalista, no para reclamar su dignidad, sino para lavar la conciencia de una burguesía catalana avara y xenófoba. Ni rastro de ella en la película. En su lugar catalanohablantes amables, la monja Forcadell haciendo de misionera lingüística y un Pascual Maragall camuflado en un joven acogedor para mayor gloria del PSC. Que por cierto, por aquellas fechas ni existía. Ni el partido ni la obsesión por asimilar a una inmigración que despreciaba y explotaba al mismo tiempo.

Lo que sí existía, y el guion oculta, fue la lucha social encabezada por el PSUC, CCOO, UGT y otras organizaciones revolucionarias como el PTE, el MCC, JGRE… que manejaban las reivindicaciones obreras de todas estas miserias desde las organizaciones vecinales y las incipientes organizaciones políticas. Ni rastro de su lucha. En su lugar, los guionistas han inventado a un líder chabolista sin más impronta social que su propio coraje, al que se le escamotea hasta el carné comunista. La historia es real, pero precisamente por serlo, doblemente falsa. Manolo Vital no fue un líder espontáneo y solitario como El Zorro, sino la consecuencia de la lucha social adobada por el PSUC y CCOO a través de las organizaciones vecinales. Pura lucha social por una vida digna, por salarios justos, por infraestructuras universales que por entonces no existían. Esa era la realidad, no el embalaje sutil catalanista con que han envuelto esa lucha épica por la dignidad para asentar el relato nacionalista de nuestros días.

No, en esos barrios de obreros castellanohablantes no chapurreaban catalán ni se esforzaban por aprenderlo. Ni ese era el problema que angustiaba sus días, sino ganarse la vida y sacar a sus hijos de la miseria. El envoltorio de una monja misionera del catalán sólo es la proyección sobre aquella realidad sociológica de la mentalidad misionera de las actuales organizaciones nacionalistas, como la Plataforma per la LLengua o la ANC. Ni la integración lingüística fue entonces el norte de sus días, ni lo es ahora. Es paradójico que nos hayamos tenido que tragar durante cuatro décadas que el catalán ni se hablaba ni se estudiaba durante el franquismo, y ahora resulta que en esta película se habla a todas horas.

Y lo que es más sibilino, los inmigrantes demuestran una voluntad de integración asombrosa chapurreando el catalán como si no hubiera un mañana. El falso relato de la integración que el nacionalismo siempre ha confundido con la asimilación. Para las actuales generaciones que han sido educados desde las escuelas a TV3 con la murga de la cohesión social a través de la lengua propia, la película les confirma lo evidentemente falso, que los inmigrantes llegados a Cataluña están genéticamente predispuestos a la asimilación. Así no hay contradicción alguna entre el relato nacionalista de hoy y el de aquella época. Para cosas como estas deben servir leyes fake como la ley de memoria democrática.

En contraste, pero siguiendo el guion catalanista, sólo la Guardia Civil representa la cara cutre y siniestra de España. Su crueldad derribando una chabola a aquella pobre gente, te lleva todos los diablos. No porque no pudieran tener salidas puntuales en aquellos tiempos de tanta crueldad, sino porque no hay un solo detalle de la explotación de la burguesía catalana en todo el relato, ni su manifiesto supremacismo y desprecio hacia esas generaciones de "charnegos" a los que hacinaron en bloques de aluminosis y urbanizaciones sin urbanizar para esquilmarles los cuatro duros que les pagaban en aquellos años del tardofranquismo, y que tan bien aprovecharon para enriquecerse sin reglas ni leyes laborales justas. Ni un solo detalle del manifiesto desprecio, cuando no racismo mostrado hacia quienes consideraron entonces, y consideran ahora, colonos y chusma.

A aquella Cataluña catalanista le fue muy bien con el franquismo, mano de obra barata y alejada del poder. Entonces la monopolizó institucional, empresarial y culturalmente. Como ahora, ahí siguen los mismos hijos de la burguesía catalanista monopolizando todas las instituciones. Y de víctimas. Mientras tanto, los hijos de aquella primera generación de inmigrantes que fueron puros parias en Cataluña, siguen a la intemperie. Fíjense en los apellidos del Parlament. Sólo unos cuantos que han cambiado de lengua y de nación, más por colaboracionismo instrumental que por convicción, se han convertido en conversos, y a menudo, con peores pulgas que los amos de la masía.


PD: Lo peor de la película es que está muy bien hecha. El veneno lo administra con tal sutiliza, que pasa desapercibido para el común. O puede que sus creadores sean ya hijos del relato sin posibilidad de percibirlo. Como el pez que no percibe su propia humedad. De hecho, se intuye una voluntad posiblemente noble por aprovechar el relato para limar las aristas de un nacionalismo xenófobo y crear las condiciones de posibilidad de una sociedad catalana armoniosa con el catalanismo lingüístico como base. Huele al PSC que apesta.

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