Algún día en Cataluña ningún ciudadano español tendrá que pedir permiso por serlo.
Tanto Eduard Sola como Marcel Barrena se camuflan en la lucha de clases, una manera de legitimarse en el mundo progresista, pero lo que ha pasado en Cataluña ha sido y es explotación y xenofobia.
Publicado en primicia en Libertad Digital (23/12/2024), y varios días después por Salir al Aire (con autorización del autor). Leerlo en el sitio web original.
Coitus interruptus de Eduard Sola
Esta semana, mientras el mundo entraba en erupción con la irrupción de Donald Trump, y Pedro Sánchez seguía con su acoso y derribo de las instituciones democráticas que han culminado con su primera gran derrota en el Congreso, en Cataluña un charnego de nombre Eduard Sola incendiaba las redes sociales con un pequeño discurso de 3’39’’. El que pronunció en agradecimiento al premio Gaudí recibido al mejor guion por la película Casa en Llamas. ¿Qué terrible apocalipsis anunciaba para que los medios catalanes se incendiaran? Escúchenlo ustedes mismos: Orgullosamente charnegos.
¿Tan atrevidas fueron tales confesiones? No más que lo que todo el mundo sabe pero casi nadie se atreve a expresar y menos aún a combatir: que en Cataluña la casta catalanista trata a los charnegos como los racistas sureños trataban a los negros en Alabama. Sólo que lo dijo en la Gala de los premios Gaudí de una forma tan lúcida que sonó hiriente. Sobre todo por la expresión de dolor y ahogo que no logró reprimir. Casi se podían oler las humillaciones de tres generaciones plasmadas en una herida abierta y aún no cerrada, que encontraron el cauce del éxito para expresarlas.
Pero sólo un poquito. Casi como pidiendo perdón. Porque cuando obligas al nacionalismo catalán a mirarse al espejo, un ejército de "ofendiditos" sacan espumarajos por la boca. O por TV3, Rac1, La Vanguardia, el Nacional.Cat, la ANC y los infinitos medios y organizaciones cívicas y políticas que pueblan ese interminable sepulcro blanqueado llamado Cataluña.
Su agitación, su rabia contenida, sus palabras escrupulosamente escogidas para contener consecuencias temidas y sus balbuceos con lágrimas incluidas, le delataban. Quería decir lo que dijo, pero no quería ofender a los dueños de la masía. Una manera lamentable de exhibir en público los complejos del Tio Tom. Esa atmósfera tóxica catalana que lo envuelve todo y no deja libertad ni para discrepar.
Ingenuo, ¿a quién quería engañar? La escandalera que levantó le llevó a retractarse en los medios del régimen inmediatamente: Puede que fuera yo quién no se supo expresar, balbuceaba en RAC1. ¡Pero alma de cántaro!, si el discurso lo traías escrito, medido, escrupulosamente compensado, y demostraste con tu nerviosismo y espasmos ser consciente de su trascendencia. Veámoslo:
"En mi casa nos sentimos orgullosamente charnegos. Mis abuelos, todos vinieron de Andalucía. El abuelo Eduardo —y creo que es un dato interesante y representativo—, no sabía leer ni escribir, ocultó toda la vida que era analfabeto. Él era analfabeto y yo me dedico a escribir. Podría entender este Gaudí como una venganza contra todos los que engañaron a mi abuelo aprovechándose de sus carencias culturales. Una venganza contra todos quienes, de una forma o de otra, han hecho sentirse inferiores a mis abuelos, a mis padres y tíos. Una venganza contra todas esas miradas de superioridad que en tres generaciones hemos tenido que soportar los que hemos venido de lo más bajo".
Hasta aquí llegó el atrevimiento, también la necesidad vital de expulsarlo por fin afuera después de vidas enteras humilladas. Pero, llegó el pero:
"Podría entenderlo así, pero no lo haré. Dejadme entender este Gaudí como una celebración". Y bla, bla, bla con el discurso de la cohesión social catalanista al uso.
Para envalentonarse de nuevo contra el comodín de la ultraderecha que el catalanismo tiene homologada:
"Enviemos a la mierda a los xenófobos, los que se aprovechan de los otros. Sigamos, por favor, acogiendo a los de fuera con los brazos abiertos, y veremos cómo de aquí a algunos años escribirán grandes historias catalanas". ¡Ah!, ¿han de ser grandes historias catalanas? ¿no podrían ser simplemente grandes historias?
Le faltó poner nombre al éxito: la inmersión (la lingüística y la catalanista), pero prefirió hablar de escuela pública en términos de lucha de clases y difuminarla en las ratoneras nacionalistas camufladas de centros cívicos y demás. La versión camuflada del PSC, menos estridente, pero más eficaz para lograr el mismo fin que los nacionalistas más descarados. Meterse con la inmersión y la xenofobia que la anida hubiera sido demasiado atrevido. Y hay que comer cada día en ese caldo de cultivo que es el mundo cultural nacionalista. Como también podría haber puesto nombre a los xenófobos (Cataluña está empedrada de eso), pero prefirió difuminarlo en la inmigración extranjera de estos últimos años. Quienes humillaron a sus abuelos en Cataluña no fueron la ultraderecha española, sino la ultraderecha catalana. Lo ha dicho a propósito de la polémica desatada, el director de "El 47", Marcel Barrena:
"Hay muchos nazis por aquí; a la ultraderecha española la tenemos muy identificada, pero en Cataluña, además de ésta, existe la ultraderecha que habla catalán".
Tanto Eduard Sola como Marcel Barrena se camuflan en la lucha de clases, una manera de legitimarse en el mundo progresista, pero lo que ha pasado en Cataluña ha sido y es explotación y xenofobia. Las dos cosas. De las que ha participado la burguesía catalana más retrógrada desde el siglo XIX y la izquierda catalanista desde los años ochenta. Sin olvidar Estat Català o ERC desde el principio del siglo XX. Me quedo con lo mejor del guionista y del director de cine, la conciencia de una herida y su incomodidad por calzar los zapatos del Tio Tom a desgana.
Algún día en Cataluña ningún ciudadano español tendrá que pedir permiso por serlo. Y eso no tiene nada que ver con la pobreza, ni con el analfabetismo. Los brazos abiertos a la inmigración extranjera actual no blanquean la xenofobia mostrada contra la del resto de España llegada a Cataluña ayer y hoy.