Qué solos se quedan los vivos
La legitimidad democrática y la pulcritud ética que la sociedad española logró cimentar en la transición política se está desmoronando a ojos vista.
Publicado en primicia en Libertad Digital (10/10/2024), y varios días después por Salir al Aire (con autorización del autor). Leerlo en el sitio web original
Acabo de ver Txakurras, un programa de Salvados emitido por la Sexta sobre los escoltas en el País Vasco en la época de plomo. El exabrupto lo dice todo. "Perros" en euskera es la dulce manera de calificar a guardias civiles, policías nacionales, militares y escoltas por el mundo aberzale. El juicio de intenciones de su director Fernando González, alias "Gonzo", sin capucha y emulando al peor Jordi Évole, provoca arcadas. Eso es lo que se ha ahorrado Fernando Savater, como ha dejado por escrito en su último artículo de TheObjetive, Con mi agradecimiento. Un contraste necesario que sólo los espíritus libres parecen hacer con naturalidad (recomiendo abrir el enlace antes de proseguir. Sin su contenido, lo que sigue carece de sentido).
Incitado por su lectura y por la inminente disminución de condenas de 44 asesinos etarras propiciadas por las triquiñuelas del gobierno, me dispuse a ver el reportaje. ¡Qué solos se quedan los muertos! Pero, sobre todo, ¡qué solos se quedan los vivos! El filósofo no ha tenido estómago para visionar, falsificado, lo que sufrió él en carne propia. Tener que soportar la ridiculización de víctimas y escoltas en una televisión nacional a mayor gloria de sus verdugos es mucho más de lo que su edad, salud y experiencia ha querido soportar. Tener que aguantar que el gobierno ceda el relato de la ley de memoria democrática, o la liquidación de la ley de seguridad a los herederos de ETA reduce la amnistía a una travesura de niños. Tener que sufrir la excarcelación del asesino que mató a sangre fría a Miguel Ángel Blanco como pago a cuenta del impuesto revolucionario de ETA para mantenerse en el poder, es más de lo que puedan tolerar personas decentes.
No, no es ese trapicheo obsceno. Al fin y al cabo está a la vista de todos. Es la sensación de que la legitimidad democrática y la pulcritud ética que la sociedad española logró cimentar en la transición política se está desmoronando a ojos vista, mientras los suplantadores ensucian su memoria sin miramientos. ¡Qué solos se quedan los muertos! Pero aún peor, ¡qué solos se quedan los vivos!
No son sólo las víctimas de ETA, también los familiares que sobrevivieron, los intelectuales que les defendieron, los que sufrieron su acoso y mordieron su miedo plantándoles cara, como Fernando Savater y aquella pandilla de ¡Basta Ya! que se jugaron la vida por defender la libertad de todos. Antes ostentaban la razón moral, ahora son sospechosos. ¿Sospechosos de qué? ¿sospechosos de pensar? ¿sospechosos de ir a contracorriente? ¿sospechosos de ser inadecuados ideológicamente?
¡Qué solos se quedan los vivos! Ahí está, como metáfora de esta España que muere y la otra que embiste, Fernando Savater, diciendo las verdades del barquero a pecho descubierto y arriesgando su legado progresista e ilustrado. Verle sin armadura dar una patada al burladero sin importarle un pimiento lo que piensen o digan de él, congratula a uno con la vida en este tiempo de miserables.
Uno, que le ha leído y admirado a lo largo de toda su vida, no puede por menos que sentir la misma empatía hacia él que hace muchos años sintiera por Antonio Machado camino del exilio, derrotado, sin más esperanza que cuidar de su madre y morir de pena. En Colliure, Francia, está enterrada la España que él representaba (que no ha de ser la de Largo Caballero o Lluís Companys necesariamente). Es la misma sensación de abatimiento y derrota que siento percibir en Fernando Savater. La chusma se ha apoderado de la política; la ignorancia, de las redes sociales; la impostura de la Universidad, y la cobardía invade redacciones, envilece a políticos y sofroniza a militantes de cualquier trinchera. Sin necesidad de una dictadura a secas, el Estado de derecho se nos desmorona de usarlo tan poco.
Fernando Savater, como Antonio Machado, no tiene dónde huir
El mundo se está convirtiendo en un lugar inhóspito para el libre pensamiento. España ya lo es. El ruido, la mentira y la mezquindad lo invade todo. Es el triunfo del ecosistema sanchista.
PD: Lo expresaba con incrédula evidencia Pérez Reverte en un tuit: fascina asistir a la demolición de un Estado por parte de un sólo hombre. Su presidencia nació con una mentira, y el resto sólo ha consistido en seguir mintiendo y erosionar el Estado de derecho. En eso ha convertido a la política. ¿Se imaginan que la ciencia se basara en la mentira? No habría en pie un solo puente, los trenes descarrilarían, las etiquetas de caducidad de los alimentos no servirían para nada y nadie se fiaría de nadie. Este es el presente y el legado de Pedro Sánchez. Un solo hombre contra 48 millones.