Estamos revisando nuestra historia porque nos han mentido casi en todo, al enseñarnos una historia escrita por los historiadores ingleses y franceses, a los que hemos dado más crédito que a los nuestros, por aquella actitud estúpida de los españoles de reverenciar lo de fuera, sin percatarnos que eran las explicaciones de nuestros opositores. Concretamente en este caso nos han explicado, y yo así lo estudié en la escuela y en el instituto, que nuestra Guerra de la Independencia contra el líder mundial Napoleón la ganamos nosotros en Bailén, Arapiles, Zaragoza y otros sitios heroicos, pero nos ocultaron que ellos y nuestros supuestos aliados ingleses nos hundieron.
Hoy vamos a deshacer otro tópico: el de nuestro atraso científico y económico; han tratado de atribuirlo a nuestra vagancia, por la afición desmedida al ocio y los placeres, y por la intransigencia de la censura católica, la Inquisición, de la Iglesia católica a la que odian, que supuestamente condenaba con su estrecho margen de libertad adelantos de investigación que chocaban con sus dogmas. Todas estas razones tratan de tapar lo que sucedió realmente: la España arrasada por Francia e Inglaterra a principios del s. XIX tardó casi siglo y medio en volver a emerger de nuevo en torno a 1960, superado el periodo de postguerra tras el enfrentamiento de 1936-39, que se originó por la revolución marxista a imitación de la URSS. Y, además, después padecimos el boicot europeo que nos separó del Plan Marsal.
La siguiente información procede del portal de Hispania, que proporciona el acceso al patrimonio cultural y científico español.
Aprovecharon el caos para despojar a España de su alma.
En 1814, tras seis años de guerra y casi medio millón de muertos por los franceses del ejército de Napoleón (el doble al producido en la guerra civil del 36), España quedó sumida en la ruina, mientras Francia y los que se decían aliados nuestros -los británicos- aprovecharon el caos para despojar a España, no sólo de sus posesiones en América, sino también a la propia nación, de su alma. Fábricas que competían con las mejores del mundo saqueadas y destruidas; minas estratégicas arrasadas para alimentar la maquinaria de guerra enemiga; catedrales y monasterios despojados de sus tesoros más sagrados; obras de arte hoy colgadas en museos extranjeros…
La Cataluña textil atacada en 1811 por los franceses en sus fábricas de Sabadell y Terrassa, líderes en la producción de telas de calidad, para robar sus telares y llevarlos a Lyon, incendiando sus almacenes para arruinar a sus propietarios. En Guadalajara, la Real Fábrica de Paños, destruida y quemada en 1812, era la abastecedora de uniformes y mantas para el ejército. De las minas de Rio Tinto, saqueadas en 1811, extrajeron toneladas de cobre enviadas a Francia para fabricar armas. Las minas de Almadén también fueron sobreexplotadas de 1810 a 1812, y tras llevarse grandes cantidades de mercurio destruyeron las instalaciones para dejarlas inoperantes. En Bilbao, la industria del hierro y del acero vitales para producir armas también sufrieron el saqueo francés en 1813, desmantelando herramientas y maquinaria para llevárselas a Francia. Los astilleros vitales en la defensa naval y el comercio igualmente fueron blanco francés. En Cádiz, durante su retirada en 1812, los invasores incendiaron los almacenes llenos de madera y cobre imprescindible en la construcción de barcos. En Cartagena saquearon las herramientas navales y sabotearon embarcaciones en construcción. El Ferrol no fue una excepción, dañaron las embarcaciones y destruyeron los astilleros. En Valencia atacaron fábricas de pólvora en 1811, así como la de Manresa y Toledo en el mismo año, y la de Granada en 1812…
Se produjo un abismo entre el pasado glorioso de España y su presente devastado.
Pero no sólo la infraestructura industrial, también desestabilizaron la logística básica: los molinos de viento e hidráulicos de Castilla La Mancha fueron desmantelados o quemados para provocar el hambre. Se produjo un abismo entre el pasado glorioso de España y su presente devastado. Además, el ataque y expolio cultural a sus símbolos históricos y religiosos, las tropas napoleónicas se lanzaron también sobre catedrales monasterios y palacios (cito expresamente la destrucción de la abadía de Montserrat). En 1809 saquearon la catedral de Toledo, y aunque algunas piezas se recuperaron tras la guerra otras fueron a alimentar el mercado negro del arte europeo. También otras, como Burgos y Sevilla, fueron despojadas de sus tesoros que fueron a parar a colecciones privadas extranjeras. En 1810 El Escorial fue despojado de más de 180 manuscritos únicos que incluían códices medievales y tratados filosóficos árabes que fueron enviados a Francia, muchos a la Biblioteca Nacional de París. En Zaragoza, las iglesias y conventos fueron despojadas de sus retablos y reliquias, durante 1808 y 1809 la basílica del Pilar perdió los adornos y unos relicarios de oro, que no se recuperaron por la complicidad del arzobispo Ramón José de Arce y su obispo auxiliar Miguel Suárez Santander, ambos afrancesados. También profanaron la tumba de Gonzalo Fernández de Córdoba, al Gran Capitán (gran vencedor de franceses en las batallas de Ceriñola y Garellano) en el monasterio de San Jerónimo de Granada, y el general Sebastián se llevó la calavera, hoy en paradero desconocido.
Para colmo Fernando VII hizo caso omiso de más de 300 pinturas que Wellington quiso devolver.
El saqueo británico menos conocido fue también devastador. En 1812, tras ayudarnos en la batalla de Arapiles, las tropas de Wellington entraron en Salamanca y se apoderaron de parte de la biblioteca de la Universidad: manuscritos medievales, libros raros y mapas antiguos, enviados a Inglaterra a la biblioteca de Oxford. En Vascongadas los ingleses participaron en el desmantelamiento de la industria local, y tras liberar al norte del control francés confiscaron lo poco que habían dejado los franceses de las fábricas de armas de Éibar y las mandaron a Inglaterra. Otro ejemplo el de San Sebastián, las tropas saquearon la ciudad con el pretexto de garantizar la seguridad, almacenes de alimentos y bienes esenciales fueron vaciados y edificios civiles incendiados para provocar la pobreza. En Andalucía hicieron igual, en Sevilla saquearon los conventos locales, en Málaga talleres portuarios y almacenes agrícolas fueron despojados, llevando los materiales al puerto de Plimuz. Para colmo Fernando VII hizo caso omiso de más de 300 pinturas que Wellington quiso devolver, tras capturar el convoy de José Bonaparte cuando huía de España, con obras de Murillo, Tiziano, Velázquez, y que se encuentran actualmente en el museo Wellington en Londres, con el nombre de “Spanish gift” (el regalo español).
Fue una destrucción sistemática de la riqueza y medios de producción.
Finalmente, en 1816, y con la oposición de los ciudadanos de París, se pudieron recuperar 286 obras del Louvre, que fueron remitidas al Museo del Prado. Sólo el general Soult se quedó para su colección privada más de 100 cuadros españoles que no fueron devueltos hasta su muerte en 1851; y esto tras comprarlos el Gobierno español a precios desorbitados. Se calcula que, de las pinturas, sólo se pudo recuperar apenas el 40% de lo expoliado. Así pues, fue una destrucción sistemática de la riqueza y medios de producción, que produjeron nuestro atraso histórico a manos de nuestros aliados. Porque recuerdo, que Napoleón acogió previamente como invitados a la familia real española de Carlos IV en Bayona y después introdujo sus tropas en España con el señuelo de invadir Portugal, además fuimos juntos a la batalla de Trafalgar en 1805 contra los ingleses. Éstos se convirtieron en aliados españoles en la guerra contra Napoleón.
Así que éste fue el trato recibido por nuestros aliados a principios del XIX. Pero nosotros nos hemos mantenido abiertos a la cooperación posteriormente, incluso soportando la humillación de Gibraltar, sin recurrir nunca al desquite.