La leyenda negra surge del odio a la religión católica, que los españoles llevaron como objetivo principal a las tierras descubiertas de América. Y sabemos que tal enemistad viene de la escisión provocada en el cristianismo por las herejías de Lutero, en Alemania, y Calvino en Inglaterra; escisión que lleva a ambos países a hacer depender la Iglesia del poder político de sus dirigentes.
A este respecto, fijémonos que, hasta en la nomenclatura histórica son pérfidos y malvados, los historiadores llaman a estas herejías “Reforma”, con las connotaciones positivas que tiene la palabra, como si se tratara de una “actualización” necesaria. Y “Contrarreforma” a la posición católica, término que define la RAE así: “Movimiento religioso, intelectual y político, destinado a combatir la Reforma”. Ahora lo que vemos es una connotación negativa, por lo de “combatir”; además de significar “reforma de la reforma”. La palabra “Contrarreforma” que han impuesto habitualmente estos historiadores anglosajones es una idea falsa, porque el catolicismo (= universal) es el mismo cristianismo, y se llama así desde tiempos de Jesucristo. En el s. XVI, la Iglesia católica y cristiana no contra reformó ni reformó nada, lo que se hizo en el Concilio de Trento (1545-1548) fue reafirmar el cristianismo ante las ideas disolventes protestantes; la libertad de actuación del cristiano frente a la idea protestante de la “predestinación” que predicaba el calvinismo, que considera que la salvación o condenación del hombre ya están “predestinadas” desde su nacimiento.
Pues bien, a esta ruptura tan temprana del cristianismo en tiempos del emperador Carlos I, contestó él mismo enfrentándolos y venciéndolos por las armas en la batalla de Mühlberg (1547); se consiguió la disolución de la Liga de Esmalcalda, pero los príncipes alemanes siguieron conspirando y sellaron alianzas con Enrique II de Francia, hasta conseguir parte de sus objetivos, tras la paz de Augsburgo. Así pues, junto a los ingleses, separados de la Santa Sede por el yerno de los Reyes Católicos, el protestante Enrique VIII (ya dijimos, casado hasta seis veces), tanto Inglaterra como Alemania y Francia, siempre han estado enfrentadas a la Iglesia católica y a España, que entonces y siempre ha llevado el estandarte de su fe: el Cristianismo Universal.
El problema de este enfrentamiento rebasa la competencia justa de las naciones, que libremente rivalizan por alcanzar más poder; y es que las concepciones ideológicas, que se empeñan por ostentar, haciendo publicidad de ellas, para convencer a sus adeptos y súbditos, quedan muchas veces enmascaradas por aspectos accesorios usados como propaganda y que ocultan lo esencial de la ideología… y esto es su auténtico propósito. Un ejemplo claro de esto es el que ya hemos dicho la “predestinación” que niega la libertad del ser humano, pues haga lo que haga por sí mismo, su salvación o su condena ya estaban decididos desde su nacimiento. Para los católicos esto es falso, porque es el camino elegido, son los actos de cada persona, decididos libremente por ella, los que van a determinar su destino futuro ultraterreno.
Pero podemos además desenmascarar otras falacias de esta ideología hereje que es el protestantismo, y es considerar la riqueza como símbolo de “predestinación”. Calvino dice que Cristo había venido a salvar a los ricos; por tanto, el objetivo político humano es el de alcanzar la mayor riqueza posible (y esto a nivel individual y nacional). Es obvio que, en un sistema de acumulación de riqueza en pocas manos, muchos quedarán empobrecidos. Esta afirmación de la riqueza como signo de predestinación, y por eso ser elegidos de Dios, es falsa, porque lo que dijo Cristo condenando la acumulación de riqueza fue esto: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Otro detalle es lo que dice el Padrenuestro: “El pan nuestro de cada día, dánosle hoy”. Por tanto, la acumulación de riqueza, si no es para repartir con el prójimo, es un signo de corrupción.
A lo largo de los tres siglos (XVI-XVIII) España mantuvo su Imperio donde “no se ponía el sol” (por todos los continentes) pero en el 1640 Portugal se separó de España por instigación y ayuda de Inglaterra, y a partir del s. XIX con la ayuda francesa, cuando con Napoleón estábamos teniendo la durísima Guerra de la Independencia 1808-1814, y la cooperación envenenada de los ingleses, se produjo la independencia de los territorios españoles de América. En esos momentos ambas naciones alcanzan la preeminencia mundial; antes Francia (1789 a 1812) y luego Reino Unido durante el resto del s. XIX, y finalmente EE.UU. a partir del s. XX.
Con el ascenso al liderazgo mundial de los países anglosajones y protestantes, triunfa su ideología anticatólica, masónica, disfrazándose de “liberales” en lo social y en lo económico, cuando son monopolios u oligarquías explotadoras de los países más atrasados, y en lo social han usado además a los indígenas, que ellos habían eliminado de todos sus territorios, y con todo el cinismo, le han echado la culpa de lo que ellos hicieron a los españoles, convirtiendo a los indios en mártires mediante la tremenda propaganda denominada “indigenismo latinoamericano”, que es la actual versión de la leyenda negra (a la vez desde 1970, los negros esclavizados y discriminados en EE. UU. hasta entonces, Hollywood los pone de protagonistas en las películas como un ejemplo más de indigenismo). Ha sido tan efectiva esta tergiversación de la realidad en la propaganda antiespañola que ha triunfado y se la han creído no sólo en Hispanoamérica sino también en la propia España.
Digamos en nuestro descargo que el pueblo ha sido ignorante durante siglos porque más del 95% de la población no sabía leer; y también porque la memoria no alcanza más allá de una generación, y más cuando los más fiables pregoneros de las ideas que se intenta inculcar a la gente desde el poder son los profesores universitarios. Y hoy pasa algo idéntico, porque, aunque todo el mundo lee, lo que se pregona desde los libros, la radio, la TV y el resto de los medios está planificado desde arriba, impulsado desde el poder.
De modo que ahora se ve la religión católica, desde la izquierda atea en las naciones protestantes del mundo occidental, como algo retrógrado, inverosímil, falso, autoritario (porque la Iglesia los acusa de pecadores) y acientífico, propio de ilusos… En la España progresista desde 1982, al catolicismo recuperado por Franco, tras la Guerra Civil del 36 al 39, después del asesinato de más de 8.000 religiosos y de 80.000 cristianos, por el hecho de ir a misa se le llamó despectivamente nacionalcatolicismo, cuando habían sido ellos los que provocaron todas esas decenas de miles de mártires.
Este ha sido el paso de la fe al ateísmo. Del maniqueísmo (doctrina que piensa que hay dos principios creadores, el bien y el mal en constante conflicto) se pasa al relativismo (nada es, todo fluye, nada es seguro, todas las ideas son iguales… ha generado la ideología de género) y del relativismo al ateísmo (Dios no existe, como decía Jaques Monod (1970), el mundo es objeto del azar y la casualidad, se tiende a encumbrar al hombre como Dios). Cierto que entre el bien y el mal absolutos puede haber circunstancias moderadoras, pero la objetividad del cristianismo asegurando la libertad del hombre no tiene rival. Así, la esclavitud ya fue condenada por Isabel la Católica, y los que llevaron doce millones de esclavos africanos a América según explica Luis de Antequera, fueron los portugueses que llevaron seis millones, seguidos de los ingleses que llevaron cinco millones y de los franceses y holandeses que transportaron un millón. España no llevó ninguno, aunque algunos españoles, a nivel individual, ya en el s. XIX comerciaron con ellos, dice el autor que “en el consumo, no en el tráfico y comercio”.
Pues frente a esta descalificación de la religión católica está la defensa que de ella hace, entre otros, el eminente César Vidal, quien demuestra que no hay ningún principio científico que entre en contradicción con el cristianismo. Y como verosimilitud histórica no hay ideología ni credo comparables con su mensaje, por la cantidad de documentación histórica que acredita sus asertos. Por otro lado, de su sencillez y modestia pisoteadas por la actualidad internacional dan testimonio los más de 200 millones de cristianos perseguidos en distintos países del mundo con el silencio culpable de los que manejan los ocho o diez medios de comunicación que deciden cual debe ser la opinión pública mundial.
Pero el mundo está muy harto de esta farsa de democracia, de tanta oligarquía y monopolio económicos, y además de los movimientos patrióticos que van creciendo y sustituirán tarde o temprano a este totalitarismo dirigido por EE. UU. desde la II Guerra Mundial, pasaremos de los dos bloques existentes a los Brics que es la alternativa multipolar de grandes bloques (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), uno de los cuales tenemos que conseguir que sean los países que conforman nuestra Hispanidad.