Hasta ahora hemos venido creyendo de buena fe que la política es el arte de organizar la sociedad para conseguir el bien común, pero ¡qué equivocados estábamos! Resulta que lo dicho, a nivel histórico mundial, es una excepción, y lo común, citando de nuevo a Marcelo Gullo, es que, la esencia de la política es la conspiración, lo que convierte la organización social en una serie de acuerdos ignominiosos, llevados a cabo por cada uno de los conspiradores para conseguir beneficios.
Pero esto se disfraza en el terreno de la geopolítica y geoeconomía en el tan alabado “liberalismo”, disfraz muy efectivo, que no en un terreno de “libre competencia”, conforme a los cánones que establece la que fue universalmente la primera escuela de Economía del mundo, nuestra Escuela de Salamanca. El globalismo, fruto del liberalismo, ha maleado en el último siglo las economías occidentales; Fernando Paz, director de programas de historia en TVE durante años, asegura que los comunistas han maleado menos a los países de la URSS que el globalismo a Occidente, con ese modelo postcolonial, de monopolio u oligopolio, que empobrece a los que no tienen más remedio que vender al precio que les impongan los fuertes.
Ese ha sido el tipo de colonización llevado a cabo durante siglos por los anglosajones, que justifican su enriquecimiento con el cínico argumento calvinista de que el Redentor vino a salvar sólo a los ricos, y que, por tanto, la riqueza es signo de predestinación. En esto coinciden los anglosajones, en alguna forma, con el sionismo de los judíos. Y así juntos, riqueza y poder, se entiende la colonización llevada a cabo por los ingleses en la implantación de su imperio, culminado en el siglo XIX con la reina Victoria tras el francés del siglo XVIII, que fue más breve, y seguido por el de los Estados Unidos en el siglo XX.
Pero no pensemos que queda ahí la cosa. Para enriquecerse y conseguir el poder y la riqueza a cualquier precio, los anglosajones, que presumen de ser la cuna de la democracia en el mundo, superaron muchas veces incluso a Hitler en actos de carácter genocida en todo el mundo. Pongamos algunos ejemplos.
El primero, ya citado en otros escritos, fue la eliminación de los indios aborígenes en todo el territorio de los que hoy son los EE.UU. Santiago Armesilla, en su video Así fue el genocidio indígena en EE.UU., cita a Marcelo Gullo (Madre Patria) y a María Elvira Roca Barea (Fracasología), que aportan en algunos pasajes de sus respectivas obras información como que de cerca del millón de indios que poblaban el territorio que se llamaría EE.UU., antes de su independencia de Gran Bretaña (1776), alrededor de cien años después, en 1890, quedaban sólo 228.000, o que se pagaba un precio a los cazarrecompensas por cada indio muerto, probando su ‘hazaña’ aportando sus cabelleras para no tener la molestia de cargar con las cabezas cortadas.
Hay que recordar al respecto, ya lo hemos expuesto en otros artículos, con qué cinismo tergiversan este hecho las películas del ‘far West’, que presentan a los indios como indómitos salvajes y asesinos cortacabelleras, cuando lo cierto es que, cuando los colonos anglosajones iniciaron su ‘conquista del Oeste’, los aborígenes norteamericanos ya llevaban 250 años conviviendo con los españoles, muchos de ellos hablaban nuestro idioma y eran cristianos, y montaban los caballos que aquellos llevaron a América. ¡Démonos cuenta de qué aberrante e interesada percepción de la historia hemos sido víctimas!
Para ellos, los anglosajones, la atroz erradicación de los aborígenes norteamericanos fue una ‘inmensa gesta’, mientras que la conquista española de América, basada en leyes que desde el primer momento ordenaron el respeto y el reconocimiento de sus derechos humanos para aquellos, fue un horrible genocidio. ¡Hay que echarle!