Opinión

Hispanidad y leyenda negra (XI).

Desde el principio, ya es obvio que los indígenas no recibieran a los españoles con los brazos abiertos, acostumbrados como estaban a luchar entre sí clanes y tribus unos contra otros.


Artículos anteriores del mismo autor y tema Hispanidad y leyenda negra: primera entrega, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX y X.

2024-09-11-Opinión-Murillo-1w

Desde el principio, ya es obvio que los indígenas no recibieran a los españoles con los brazos abiertos, acostumbrados como estaban a luchar entre sí clanes y tribus unos contra otros, disputándose los bienes pertenecientes al que antes llegó; pues prácticamente eran nómadas la mayoría. Pero a esa primera violencia sucedía, en seguida, cuando percibían su voluntad de ayuda, pactos posteriores que producían convivencia y mestizaje. Y esa fue la constante durante tres siglos, en esa conquista “poblacional”.

Como también lo fue que, desde 1500 hasta 1821, los ataques depredadores de los piratas y corsarios anglosajones, franceses y holandeses no pararon en ningún momento contra las posesiones españolas en América. Y es que el latrocinio era su modus vivendi. Estos países llevaban casi un siglo de retraso en desarrollo con respecto a España. Vivían todavía en la Edad Media. Precisamente su desplazamiento masivo a América sería la causa de su desarrollo posterior.

Volviendo al papel de España, dice Marcelo Gullo que no hubo conquista sino liberación. Y visto el caso de Méjico, tratemos ahora el de Perú, donde en el Imperio quechua o inca, sólo estaba el canibalismo en los pijaos; mataban a sus víctimas y hacían flautas con sus huesos; por eso los incas lo persiguieron con sus guaraníes. Sin embargo, los incas ostentaban otros atributos igualmente inhumanos. Así el caso de que cuando murió el jefe Pachacutec en 1471, en Cuzco, fue enterrado con ¡Cinco mil niños vivos! Pizarro libera a los huancas y chapapoyas del dominio de los quechuas (actuó como Cortés).

En el Perú, una parte de la aristocracia inca, cansada de la otra parte se unió a Pizarro. Éste ajustició a Atahualpa, el jefe de los incas, porque previamente había asesinado a su hermano de padre para quedarse él con todo el poder, porque su hermano Huascar reinaba en el sur con capital en Cuzco, y se cuenta que Atahualpa utilizaba su cráneo para tomar la bebida de maíz fermentado. Lo asesinó estando preso de Pizarro en Cajamarca, donde se produjo su derrota y prendimiento por Pizarro, por sorpresa. Si la leyenda negra tuviera algún sentido, y hubiera habido explotación, dice Gullo: “¿Por qué no se rebelaron los indios, si además de no haber ejército de ocupación, hay una Guerra de Sucesión en España?” (hablamos de después de 1700.

Raquel de la Morena -en un postcat de Youtube titulado ¿Sanguinario conquistador o audaz aventurero?- da una visión amplia del conquistador que acabó con el Imperio inca, sólo con 168 hombres, 62 de ellos a caballo, media docena de fusiles y cuatro cañones, en 1532, a los 54 años, frente al ejército de 30.000 incas. Su audacia fue genial porque sabía que, en aquel encuentro, diplomático en un principio, sólo había dos alternativas, o vencer o morir. Después de esta victoria aplastante Pizarro fue gobernador de Nueva Castilla y fundador de la ciudad de Lima en 1535. La desigual lucha produjo dos o tres mil muertos, según el cronista Diego de Trujillo, al huir despavoridos los indígenas, atropellados entre ellos al ruido de los cañonazos y los arcabuces, y frente al violento galope de los caballos. Pizarro sabía que capturar al líder haría que las tropas indígenas se disolviesen.

Previamente sus luchas fratricidas, con sus socios, sus planes de descubrimiento de aquella “tierra prometida” que andaba buscando, al tercer intento tras más de diez años de exploración, desde Panamá (donde acompañó a Vasco Núñez de Balboa en el descubrimiento del Océano Pacífico) y Nicaragua, le habían llevado a regresar a España y a buscar refuerzos; entre otros, sus tres hermanos en Trujillo (Badajoz). Su vida, como la de su padre, involucrado en la guerra de Isabel de Castilla contra Juana la Beltraneja, estuvo forjada por la dureza de la lucha y una ambición de riqueza y poder.

Sobre el oro y deseos de riqueza, puntualicemos que estos aventureros conquistadores mantenían sus propios soldados que se pagaban tras conseguir los beneficios tras la victoria. Eran mercenarios.  No eran soldados de la corona. España jamás tuvo ejército en América. De modo que, cuando llevaban varias expediciones fracasadas, las deudas y desmoralización de estos combatientes a sueldo, obligaba a los líderes a endeudarse. Finalmente, tras el apresamiento de Atahualpa, sus esfuerzos se vieron compensados por el éxito, ya que éste le prometió a cambio de su liberación el oro que cupiese en su habitación y tres veces la misma cantidad en plata. Pero finalmente Pizarro lo ejecutó, como ya dije, previo juicio, para descabezar el Imperio inca, con la excusa del asesinato de su hermano.

Igualmente hablando del oro que llegaba a España, este era la quinta parte de lo obtenido y era un impuesto con el que los reyes de España tenían que financiar sus numerosas flotas a los armadores españoles, italianos y europeos que se las habían proporcionado, con frecuencia, previamente. De todas formas, ya lo hemos dicho sólo el 7% del oro de América fue extraído por los españoles en los tres siglos de permanencia; el 93% del oro restante ha sido extraído después de la independencia en 1821.

Para su empresa de conquistar el reino lejano del sur, había formado sociedad, explotando minas, con Diego de Almagro 1475, natural del pueblo del que lleva el apellido; y Hernando de Luque, sacerdote y encargado de buscar financiación. Y después para planificar la conquista del reino más potente, centralizado, grande, desarrollado y organizado de América del Sur, con una red viaria de 40.000 Km llamado Birú o Pirú: pero él se reservó el liderazgo, Almagro se dedicaría a traer refuerzos desde Panamá. Él tenía una encomienda, una serie de indios a su servicio a cambio de encargarse de su evangelización. Desde la costa colombiana, desmoralizados, a punto de desistir de su tercer intento, se produjo la historia de “los trece de la fama”. Y es que Pizarro había pedido que dieran un paso al frente los que estuvieran dispuestos a seguir con él y sólo fueron trece.

Aprovechó la guerra civil que mantenían los dos hermanos incas, hijos de Huayna Capac, pero de distinta madre, Huascar al Sur y Atahualpa, al Norte con capital en Quito y, para hacerse con el poder; Pizarro mismo para no perder la confianza de los indígenas, y no deseando descabezar la sociedad inca, mantuvo a muchos generales, se casó con una hermana de los derrocados, la princesa Quispe Sisa y tuvo dos hijos con ella, sus legítimos herederos, aunque el niño pequeño murió pronto.

La ocupación de todo el territorio fue difícil, apareció Manco Capac otro hijo de Huayna, como sucesor, pero dependiente de Pizarro. Entre éste y Almagro se rebelaron contra Pizarro. Especialmente llegó a cercar Cuzco. Almagro que volvía del sur, se enfrentó a un inexperto Alvarado y lo derrotó; así que los tres, Almagro, Pizarro y Manco Capac rivalizaban por la posesión de la provincia del Sur.

En 1537 los antiguos socios intentaron un acuerdo, pero fracasaron en los límites de Nueva Castilla y Nueva Toledo (Cuzco se la había asignado Pizarro). El 26 de abril de 1538 se enfrentaron en las afuera de Cuzco los dos ejércitos, Almagro muy viejo y enfermo contemplo desde una silla su derrota. Fue decapitado y su cabeza exhibida. Pero Manco Capac apareció haciendo guerra de guerrillas, respondidas por masacres como la de Francisco de Chaves en 1539, que ejecutó a 600 niños de la etnia de los conchucos, y generó una dura represión del emperador Carlos, con obligación de indemnizar a los damnificados con la propia fortuna de Chaves.

Almagrenses como Diego de Alvarado dudaban de la lucidez de Pizarro, por su crueldad, y lo denunciaron por provocar una guerra civil. El hermano de Pizarro fue encarcelado por 20 años en el Castillo de la Mota. El hijo de Almagro y de una panameña Ana Martínez, llamado el Mozo, con una veintena de opositores en Lima en 1541 se presentaron en casa del gobernador, y al grito de “Viva el Rey y Muerte al tirano”, acabaron con Pizarro, cuyos restos están en la catedral de Lima.

Comentarios