Lucha desigual en la franja de máxima audiencia televisiva.
Carece de sentido meter en la misma balanza a unos canales que han de sobrevivir con su gestión presupuestaria y su tarea empresarial, con esa oferta pública de una televisión pagada por los contribuyentes.
La competencia entre los medios de comunicación, con la televisión como máximo referente y exponente de ello, es evidente. No dejamos de ver, y esto vale para cualquier canal, mensajes interesados para el televidente con referencias a la cuota de pantalla y el seguimiento de las emisiones. Un tema que impacta en el usuario fidelizado que empatiza con la oferta de una determinada cadena, llegando a ese curioso enfoque, muy español, que puede simplificarlo todo como pasa con el F.C.Barcelona vs. Real Madrid, rojos vs. azules, o recientemente, Motos vs. Broncano.
La verdad es la que es y se puede consultar en cualquier medidor de cuotas, yo invito a buscar en internet y salir de dudas, pero los canales son como los partidos políticos en las elecciones, siempre ganan, a no ser que el batacazo haga imposible justificar una derrota aplastante, pregunten a Latre. En este sentido, pueden argumentar diciendo que son el canal que más se ve en una determinada franja, el que acumula desde no sabemos cuándo mayor cuota de pantalla, el que le gana al que interpretan como su canal rival directo, el que suma mayor seguimiento acumulando toda la oferta de sus canales en el grupo, el que ha alcanzado el top del día con su programa estrella o cualquier argumento que sea válido para salir bien retratado y victorioso en la comparativa, a sabiendas de que el análisis puede ser, dependiendo de la seriedad del comunicador, interesadamente sesgado.
Pero toda comparativa debe hacerse desde un plano de igualdad. Por eso, carece de sentido meter en la misma balanza a unos canales que han de sobrevivir con su gestión presupuestaria y su tarea empresarial, equilibrando sus cuentas de resultados con los ingresos publicitarios comerciales que les han contratado, con esa oferta pública de una televisión pagada por los contribuyentes que, por lo que nos vendieron hace años, no entraba en esa lucha de cuotas de pantalla y que se dirigía a unos contenidos muy concretos.
Es muy vergonzante que un partido contaminado y sectario, como el PSOE sanchista que nos gobierna hoy en España, disponga de los canales públicos para seguir una senda conocida pero camuflada, interponiendo personajes dispuestos a cobrar catorce millones de euros al año de nuestros impuestos, con programas que pretenden dulcificar y blanquear las cuestionables políticas gubernamentales. Cantidades que podrían usarse para mejorar, por ejemplo, la inmejorable red ferroviaria que dice el ministro de transporte que tenemos.
El sanchismo está llegando a niveles de intromisión máximos, ya sea en la justicia, las empresas y entes públicos, las instituciones o los medios públicos de comunicación. El colmo, como todos sabemos, ha sido señalar al entorno familiar del líder sanchista. El cargo, además de la omnipresente vanidad, ego y chulería, de un personaje que se cree intocable, ha derivado en la creación de una ley interesada para cortar las alas a los medios que informan con libertad y credibilidad, es decir, que hieren con la verdad al mísero gobierno de Sánchez. Pero, mientras, se potencia y admite que el dinero público se use para embaucar al votante -que es lo que les preocupa- con la palabrería que conviene. No sé cómo no se les cae la cara de vergüenza.