Ha comenzado a bombo y platillo el 'Gran Año' de Franco.
A moro muerto…
Ha comenzado a bombo y platillo el Gran Año de Franco. ¿Quién lo iba a decir cuando se cumplen los cincuenta años de su fallecimiento en una cama de hospital? Para más asombro, quien proclama la inauguración de la efeméride es Pedro Sánchez, diz que socialista.
Indudablemente, la muletilla del franquismo ha sido, es y será el leit motiv de su Gobierno, ese que se mantiene —por el momento— con el apoyo de los que se niegan a ser españoles y de comunistas reciclados en wokismo. No contento con profanar la tumba en el Valle de los Caídos (que siempre, por cierto, ha mantenido el topónimo de Cuelgamuros), el presidente del Ejecutivo prepara un 2025 pleno de fastos y eventos, tanto en el ámbito nacional como en el autonómico, en el que, como es lógico, solo estará autorizada la versión oficial de la historia y condenada a las tinieblas exteriores —es decir, cancelada por censura y por ley incluso— toda voz discrepante.
No dejo de constatar los aciertos y los errores, las luces y las sombras de aquel largo período de la historia de España.
He de reconocer que un servidor (nacido en 1949 para más señas) vivió aquellos años 50, 60 y 70, e, ideológicamente, no fue franquista, por lo menos antes de la fecha del 20 de noviembre de 1975; mis discrepancias con la línea que seguía el régimen del Caudillo (con perdón) fueron mucho más por lo que se dejaba de hacer que por lo que se hacía; mis expectativas juveniles eran muy distintas, pero, a estas alturas de la película, con mejores conocimientos de aquellos momentos, no dejo de constatar los aciertos y los errores, las luces y las sombras de aquel largo período de la historia de España, que ahora se pretende dar por no existente o por también cancelado en su totalidad.
Sin embargo, me sumo a la conmemoración y, para ponerme al día, empezaré por releer el grueso tomo Cataluña con Franco (Editorial Mare Nostrum. Barcelona 1984) y procuraré acceder, entre otros, a los ocho tomos de Francisco Franco y su tiempo, del historiador recientemente fallecido Luis Suárez, aunque para ello tenga que caer en los anatemas del Índice de la memoria democrática; no descarto acudir a Stanley G. Payne, Tussell o Xavier Casals o al sepultado en el olvido Ricardo de la Cierva, por tener un abanico más amplio de datos y juicios.
De momento, me sumerjo en la lectura del Prontuario del franquismo (Madrid 2012) del recordado Enrique de Aguinaga, obra de la que poseo fotocopias porque su autor no llegó a verla en estampa por las razones antedichas y que todos los lectores supondrán.
El franquismo no es uniforme ni es una ideología, y empieza y concluye con Franco.
De las diez propuestas del mencionado Prontuario elijo tres de ellas en este comentario: El franquismo no es uniforme, El franquismo empieza y concluye con Franco y El Franquismo no es ideología, y dejo para otros comentarios de este año otros capítulos también llamativos, como El franquismo es restauración, que tampoco es baladí, sobre todo dependiendo de la presunta asistencia del rey a los actos de Sánchez.
Con respecto a la falta de uniformidad del itinerario del Régimen anterior, el gran periodista que fue Aguinaga formula una tipología sustentada en diversas opiniones muy contradictorias entre sí, por aquello de la objetividad; el listado es algo extenso, pero vale la pena repasarlo:
Tardo-franquismo, franquismo ideológico, franquismo sociológico, franquismo político, franquismo coyuntural, franquismo cronológico, franquismo diluido, franquismo residual, extraparlamentario, catastrófico, postfranquismo, sobrevenido, evolutivo y, para finalizar, franquismo democrático.
No creo que el nivel de profundización de los intervinientes en los actos del Gobierno alcance estos niveles ni por asomo; para mi coleto, me quedo con aquella definición del Régimen que escribió el profesor Fernández-Carvajal en los años 60, sin que mediara represalia alguna por su opinión: «dictadura constituyente y de desarrollo»; hago una salvedad: el primer componente de la definición quedó truncado por pura lógica histórica y por acción de algunos propios franquistas, pero el segundo fue el punto de partida insoslayable del nuevo Régimen que sucedió a aquel.
Ser franquista hoy es un anacronismo, ser antifranquista es una estupidez.
Sobre una supuesta ideología del franquismo, Aguinaga demuestra que no existió tal pensamiento ni continuidad del mismo como hilo conductor durante cuarenta años, sino que fue, en todo caso, «una larga marcha hacia la Monarquía»; también coincide, por inteligencia y juicio ético, con aquellas palabras de Felipe González sobre la supuesta “heroicidad” de tumbar estatuas de Franco tras su muerte. Enrique de Aguinaga repitió en varias de sus magistrales conferencias aquello de que «ser franquista hoy es un anacronismo, ser antifranquista es una estupidez» …pero en eso estamos por lo que se ve.
Lo cierto es que la figura de Franco no ha dejado de estar presente, ya no en una gran parte del pueblo español —al que se ha hurtado un conocimiento objetivo de la historia de su nación— pero sí en la clase política, esa España oficial que cada día se separa más de la España real, como hemos tenido la oportunidad de comprobar con motivo del desastre provocado por la dana en Valencia. Ante este año de Franco, podemos recordar las palabras de Javier Tussell en plena Transición: «Las consecuencias finales del franquismo las estamos viendo y las seguiremos viendo durante años en el antifranquismo»; y se quedó corto en esta profecía, como estamos viendo al empezar el 2025.
He mencionado propósitos personales de varias lecturas para colaborar en este aniversario salido de la tortuosa mente de Sánchez (para tapar su acorralamiento progresivo en lo judicial, pues en lo político, según la oposición con la que cuenta, tiene para muchos años); propongo, para finalizar, que algún humorista haga una revisión actual de aquel libro de Vizcaíno Casas, con previo cambio del título: A los cincuenta años resucitó; dejo a la imaginación de los lectores los posibles comportamientos de la clase política actual —siempre con animus iocandi— ante esa resurrección literaria para ofrecer un fresco divertido de la maniobra política que ha propuesto el presidente de Gobierno.