¡Menos mal que el humor español no amaina y nos sirve de antídoto contra la invasión de simplezas que se pregonan por doquier! ¡Lástima que no tenga grandes efectos sobre la manipulación! Corre ahora por las redes (la he recibido por varios conductos) la versión carpetovetónica del tan recomendado kit se supervivencia ante un presunto conflicto: una maletita lleva de ibéricos; y añaden una coletilla: “Sirve también para mantener alejado el principal y evidente peligro: la islamización”.
Luego está el tema de los búnqueres o refugios… Hasta ahora, nos llegaban noticias de lejanos lugares donde personas y familias, movidas por una prevención que uno juzgaba, poco piadosamente, como enfermiza, ya tenían dispuestos un búnker en el sótano, y en algunas películas se reflejaban conductas de asociaciones o grupos que se estaban entrenando en técnicas de supervivencia ante lo que creían inminencia de un desastre nuclear; el comentario más común era aplicarles el apelativo piadoso de majaretas o el consabido comentario hispano, quizás de raíces estoicas, de “Hay gente para todo…”
Quieren extender las paranoias a toda la población con avisos casi apocalípticos.
Pero en estos momentos da la impresión de que se quieren extender las paranoias a toda la población, con avisos casi apocalípticos que nos van transmitiendo día sí, día también. Se nota, en el fondo, que algunos prebostes poco imaginativos han quedado descolocados ante los nuevos paradigmas ideológicos…
El recurso es muy antiguo, pero parece que cobra actualidad: se trata de la estrategia del miedo, cuyo objetivo es mantener a las poblaciones permanentemente atemorizadas, sea por “evidencias científicas” de un aparatoso cambio climático, sea por la latente amenaza de nuevas enfermedades y pandemias, sea por los ecos de los tambores de guerra, algo equivalente a aquel ruido de sables que sobrecogía la imaginación de muchos políticos en la Transición española…
Van corriendo mensajes sibilinos que parecen decir a los ciudadanos “todos al refugio”; es decir, un lugar revestido de acero y hormigón, convenientemente acolchado, insonorizado y provisto, eso sí, de los elementos imprescindibles para el descanso, el entretenimiento y la mera supervivencia; me regocijó el otro día escuchar en televisión a una buena señora que, entre seria y jocosa, solicitaba que no se agotaran las reservas de papel higiénico, tal como ocurrió en algunos supermercados cuando los encierros de la covid.
Una parte de la población ya vive en búnkeres mentales e ideológicos.
Se me ocurre que, en España y desde hace varios años, una parte de la población ya vive en búnkeres mentales e ideológicos, y tiene verdadero temor a salir al aire libre, donde no se sintonizarían las voces oficiales preventivas y/o coercitivas; una absoluta profilaxis se respira en esos subterráneos y obliga a recelar de los peligrosos virus de la “incorrección política” que podrían adueñarse de las personas, el primero de ellos “la nefasta manía de discurrir”.
En esos refugios en que llevan encerrados esas personas se ha conseguido el portento filosófico y científico de aislarlas de los condicionantes del tiempo y del espacio, que habían venido siendo, desde Kant, formas a priori de la sensibilidad humana.
Con respecto al tiempo, en esos refugios o búnkeres, inmunizados de toda contaminación pensante, se consiguió eliminar de un plumazo la historia, el pasado y cualquier referencia al respecto que no estuviera previamente filtrada y sin gérmenes nocivos para la supervivencia del Sistema; del mismo modo, se habría borrado el futuro y sus posibles utopías, dada la peligrosidad de sostener expectativas fuera de las ya predestinadas; solo se mantiene un presente constante, ese presentismo que mira el día a día con resignación y docilidad.
Traspasar fronteras artificiales y contemplar toda la belleza que encierran España, Europa y el mundo.
Y, en lo que se refiere al espacio, esos refugios tan bien acondicionados están compartimentados escrupulosamente; solo se puede ver y palpar, recrearse y ensimismarse con lo que tiene el cubículo que ha tocado en suerte; lo que antaño eran regiones históricas o geográficas abiertas son hoy casillas cerradas, llamadas “autonomías”; si alguien se aventurara a abandonar los estrechos límites que le han tocado en suerte y salir a respirar al exterior, acaso podría vislumbrar más allá de los horizontes, traspasar fronteras artificiales y contemplar toda la belleza que encierran España, Europa y el mundo.
Por supuesto que en estos encierros aceptados no se puede echar un vistazo más allá de lo material, de la inmanencia, pues ya se cuidan muy mucho los celosos guardianes de la seguridad que se olviden igualmente los resortes que nos hacen pensar y sentir esa Trascendencia que, se quiera o no, siempre ha sido y será la inclinación natural del ser humano.
¡Vaya! Advierto que mi pluma se ha ido por las ramas, y lo que empezaba siendo un artículo provisto de animus iocandi ha derivado en una casi proclama a favor de la liberación de mentes y conciencias, señal inequívoca de que permanezco fuera del cómodo búnker que me habían asignado en mi jubilación.
Lástima que casi ni me queda espacio para rectificar y hacer más simpático y agradable al lector este momento; me conformaré con asegurar que me voy a proveer del kit de ibéricos mencionado y de calcular minuciosamente los rollos de papel higiénico, por si vienen mal dadas