Opinión

J. D. Vance ha descolocado la postura sanchopancista de la burocracia europea.

Habría que plantearse en la actual coyuntura si los enemigos comunes de Europa no están tanto más allá de las fronteras de la actual Unión, sino dentro de ella misma, como caballos de Troya que impiden el verdadero europeísmo, ese que forma parte de mi ideario personal.

2025-02-23-Parra-1w

Europa descolocada

Muchas veces he repetido, y en estas mismas páginas, que me siento profundamente un ciudadano europeo, pero no porque me lo digan desde Bruselas, sino como versión actualizada de aquella ciudadanía romana de la que blasonaba con razón don Eugenio d´Ors. Y también he parafraseado a otro maestro, don José Ortega y Gasset, al soñar con que el Viejo Continente llegara a ser un proyecto sugestivo de vida en común, mas no de acuerdo con aquello de que España es el problema y Europa la solución, porque, hoy en día, tanto una como otra son un problema en sí mismas.

Pero lo cierto es que los ensueños personales poco tienen que ver con las crudas realidades, y este convencimiento tiene mucho que ver con la actual Unión Europea, que solo sirve para aumentar día a día el número de los euroescépticos, que prefieren, en su lógica, ensimismarse en los estrechos límites de los nacionalismos y enrocarse en las limitadas perspectivas de sus respectivos Estados.

También he desconfiado siempre del atlantismo, que, si tenía su razón de ser en aquella dialéctica que imponía el Telón de Acero y la candidez de algunos intelectuales occidentales que aún creían en las predicciones de Marx, hoy se había convertido en la cómoda posición de acudir constantemente al primo de Zumosol ante la menor contingencia. La guerra de Ucrania y el triunfo de Donald Trump han arrumbado esa postura, y la actual U.E. se mira ahora sus vergüenzas, sin lograr acuerdos y posturas comunes que se correspondan con una cacareada Unión; el discurso del J. D. Vance en esta última semana ha sido claramente explícito y ha descolocado la postura sanchopancista de la burocracia europea.

No basta con la búsqueda de una estrategia compartida para definir el papel de Europa.

Retomemos mis ensueños contenidos en el primer párrafo al sacar a colación a los dos filósofos europeos del siglo pasado: no basta con la búsqueda de una estrategia compartida para definir el papel de Europa. Es preciso que tengamos, sobre todo, la conciencia de poseer unos valores comunes sobre los que sustentarse y la existencia de un proyecto misional en consonancia con estos.

Tengo como texto de cabecera aquella Declaración de París de hace ocho años, que firmaron un gran número de pensadores europeos de varias naciones, y que encabezaban las firmas de Philippe Bénéton y Rémi Brague; por parte de España, se unía a las firmas una larga lista, entre ellas las de Dalmacio Negro Pavón (recientemente fallecido), Sánchez Saus, Serafín Fanjul o Ángel Martín Rubio, por citar solo algunos. Los treinta y seis puntos del manifiesto constituyen actualmente gran parte de mi credo europeísta, sin que haya pasado el tiempo por ellos.

Destaco algunos datos, pero aconsejo fervientemente su lectura completa a quienes compartan este ideal. Europa nos pertenece y nosotros pertenecemos a Europa, así empezaba; y seguía con la amenaza evidente de las distorsiones sobre las auténticas virtudes de Europa, porque una falsa Europa nos amenaza; búsqueda de solidaridad y justicia por parte de todas las Naciones-Estado como proyecto reformista; concepción de Europa como como comunidad de naciones, sin unificaciones forzadas e impuestas.

La vida europea está más y más regulada hasta el último detalle.

Seguía la declaración con la afirmación rotunda de que el cristianismo alienta la unidad cultural, así como la tradición clásica; el concepto de libertad es básico, pero no entendido de manera parcial, como válvula de escape a formas de hedonismo; en contraste con los anuncios oficiales de libertad, se constata que la vida europea está más y más regulada hasta el último detalle, y se promueve una cultura de homogeneidad de mercado y conformidad políticamente impuesta.

No se rehúye el tema de la emigración, sino que, tras destacar el grave problema demográfico europeo, se constata que las instituciones acuden a la demagogia del multiculturalismo, porque una emigración sin asimilación es colonización y debe ser rechazada; se insta a resistir a las ideologías que tratan de someterlo todo a la lógica del mercado, cuando este debe estar orientado hacia los fines sociales; han de mantenerse y transmitirse la historia y la cultura europea

La Declaración de París acaba con estas palabras: Amamos, y es justo que así sea, nuestras patrias y buscamos entregar a nuestros hijos todo lo noble que hemos recibido como patrimonio nuestro. Como europeos también compartimos una herencia común y esta herencia nos exige vivir juntos en paz como una Europa de las naciones. Renovemos la soberanía nacional y recuperemos la dignidad de una responsabilidad política compartida para el futuro de Europa. De todo el texto de treinta y seis puntos no sobra ni una coma.

Habría que plantearse en la actual coyuntura si los enemigos comunes de Europa no están tanto más allá de las fronteras de la actual Unión, sino dentro de ella misma, como caballos de Troya que impiden el verdadero europeísmo, ese que forma parte de mi ideario personal.

Comentarios