Señalar con el dedo es de mala educación.
De muy pequeñito, me enseñaron que señalar con el dedo es de mala educación, y esa, como otras muchas recomendaciones, las he procurado observar a lo largo de mi vida, No así el presidente del Gobierno y su coro de medios afines, que se apresuraron a encasillar a los indignados vecinos de Paiporta como ultraderechistas; leo, en otra prensa, los desmentidos al respecto de los damnificados por la catástrofe, gentes del pueblo que, sin dejar de lamentar los incidentes de ese día, rechazaban rotundamente cualquier definición ideológica o partidista que animara el tumulto.
Me creo más a estos valencianos enojados, con toda razón, que al falaz Pedro Sánchez, que no cesa de señalar con su dedo autoritario a quienes no soportan su presencia en casi ningún rincón de España. Por idénticas razones de educación y buen gusto, nunca me he sumado a otros estentóreos vituperios, especialmente si trascienden del juicio político y ético y se adentran en terrenos y vericuetos personales; pero ya sabemos de la cólera del español cabreado, que tantas veces a lo largo de nuestra historia nos ha llevado tanto a heroicidades como a verdaderas miserias humanas.
Por otra parte, ya sabemos de la existencia y uso abundante de las llamadas “palabras-policía”, que tienen como misión aterrorizar de antemano e inmovilizar, así, al supuesto adversario, que se siente señalado de antemano con el dedo acusador del Sistema, en este caso representado por Pedro Sánchez, fiel seguidor de la Agenda 2030, que se apresura a demoler pantanos y presas, que podrían ser muros de contención seguros frente a los desastres de la meteorología, que, por cierto, dudo mucho que tengan que ver con el calentamiento global.
El término “conservador” siempre contrapuesto al de "progresista".
Partiendo de las más suave de estas “palabras-policía”, tenemos el término “conservador”, de mucho uso especialmente en el ámbito de lo religioso, y siempre contrapuesto al de "progresista", término encomiástico donde los haya; ambas voces son muy útiles para clasificar al clero y, en general, al ciudadano católico; el uso del primer término equivale a un evidente menosprecio (ya se han olvidado los vetustos de “carca” y “carcunda”) y a la anulación ipso facto de posturas seguidistas en prédicas y ritos, así menospreciados.
“Conservador”, en cambio, apenas se usa en el campo de lo político, y se sustituye por el de “reaccionario”, que tanto juego dio antaño, quizás porque aquí ya nadie reacciona, ni contra el control del Poder Judicial por parte del Ejecutivo sanchista, por ejemplo, ni contra los intentos legales de amordazar a los medios de comunicación no sumisos, ni contra nada, dado el pasotismo imperante, la abulia por los problemas colectivos y, sobre todo, el clientelismo, que cierra tantas voces.
Impera, eso sí, el denuesto “ultraderechista” (¿no existen los ultraizquierdistas, me pregunto?), que es el preferido del presidente del Gobierno español, en ocasiones aliñado con el horrible de “fascista”, pero este último es de alcance internacional y se aplica lo mismo para un roto que para un descosido; véase, si no, su alcance en la reciente propaganda electoral de los EE.UU.; si Mussolini levantara la cabeza, se asombraría del número de sus seguidores…
El dedo acusador queda como monopolio del universo woke.
Quedan aún otras lindezas en el listado de las “palabras-policía”, cuyo uso como grave acusación y señalamiento con el dedo acusador queda como monopolio del universo woke, coreado, en ejercicio de fiel coalición, por la (supuesta) izquierda que nos gobierna (también supuestamente, pues el arte de gobernar es algo mucho más respetable e importante); así, “sexista” y “racista”. Ambas tremendas acusaciones suelen aplicarse al buen tuntún; por ejemplo, la primera, cuando alguien, recordando usos de cortesía, ceda el paso a una señora o señorita; la segunda, cuando los neandertales del fútbol pretenden amedrentar a un jugador negro, o cuando alguien protesta por la oleada de inmigrantes que llegan a nuestras costas; con la segunda voz fui adjetivado personalmente en cierta ocasión por un individuo, claramente agareno, que intentaba conmigo un timo callejero,,,
Lo fácilmente constatable es que las “palabras-policía” , aparte de demagógicas, tienen efecto entre algunos ciudadanos, sea por temor o por obedecer a la voz de su amo, sin el menor sentido del pensamiento crítico; es lo que Juan Manuel de Prada denomina masa cretinizada.
En el caso mencionado al principio, seguro que entre los crispados vecinos que increparon a la comitiva oficial y lanzaron barro y objetos contra ella no hay ni un solo afiliado a Vox o votante de esa formación (de momento); pero, para Pedro Sánchez, eran, por supuesto, “ultraderechistas”; se olvidó, sin embargo, de señalar con su dedo que quienes dialogaron, también de forma irritada, con el rey, eran “monárquicos”, palabra que, de momento, no forma parte en España de las “palabras-policía”, pero tiempo al tiempo…
Los dedos inquisitoriales que señalan al díscolo.
Este articulista recomienda, en todo caso, no hacer caso de estas funestas palabras ni de los dedos inquisitoriales que señalan al díscolo; no son más, como he dicho, que estrategias, basadas en el insulto fácil con el que se quiere anular de antemano a quien discrepa, y paralelas a esos tradicionales vituperios carpetovetónicos, que aluden a la cornamenta o a los progenitores, también generalmente de forma infundada.
Ya he dicho que no me sumo ni a unos ni a otros, dada la educación que aprendí de muy pequeño; todo lo más, como he dicho en alguna ocasión, me limito a contestar: ¡Mientras no me llames lo que eres tú…!