Opinión

El silencio de los corderos

Un preocupante silencio: el del Vaticano y la cabeza de la Iglesia católica.

  • Aunque suene a impopular, hay que defender la Verdad frente a las posverdades y a las ingeniosidades de turno.
2024-08-11-Opinion-Manuel-Parra-1w

La horterada parisiense del acto de inauguración de los Juegos Olímpicos se vio implacablemente trufada de lo queer y de wolkismo por obra y gracia, dicen, de un tal Thomas Jolly, inspirador y creador de la escenografía. Como no podía ser menos, incluía una mofa de la religión, pero no de una cualquiera, sino en concreto del catolicismo, a lo que ya estamos acostumbrados en esta sucursal de la postmodernidad que algunos nos empeñamos en seguir llamando España.

Al parecer, monsieur Jolly no tiene redaños para hacer escarnio de las otras religiones del Libro, porque sus respuestas a las provocaciones blasfemas suelen ser mucho más contundentes, como la propia Francia experimentó en sus carnes hace unos años.

La Conferencia Arzobispal francesa formuló unas lógicas y enérgicas protestas, y fue secundada ⎼menos mal⎼ por la española; algunas declaraciones particulares fueron, además, particularmente certeras y contundentes, como la del obispo Munilla, que me imagino ahora diana de todo el cacareo progre habitual en nuestros lares, sea de clérigos o de seglares.

Los creyentes consideramos con razón una burla y una afrenta a nuestras convicciones.

Numerosos articulistas con mejor pluma que un servidor han comentado ya la noticia y los hechos que la originaron, y no hace falta redundar en lo que los creyentes consideramos con razón una burla y una afrenta a nuestras convicciones, en concreto a la institución de la Eucaristía; dejo aparte la consideración de mal gusto estético, que en este caso es secundaria y ya he motejado de hortera con razón.

Posiblemente, para el gran público pronto pasará al olvido, y, si nuestros atletas consiguen merecidos triunfos, la algarabía supuestamente patriótica servirá para tapar, no solamente el infame insulto a los creyentes, sino, de paso, para que pasen a las segundas páginas de los periódicos otros asuntejos relacionados con la política nacional; pero esto es otro tema…

En estas líneas me quiero referir a un preocupante silencio: el del Vaticano y la cabeza de la Iglesia católica, el sumo pontífice, es decir, hoy el papa Francisco, siempre tan locuaz en otras ocasiones y sobre varios temas, alguno de ellos referido al ecologismo o en aspectos relacionados con las legítimas preferencias personales del mencionado Thomas Jolly, sin señalar.

El papa no se refirió en ningún momento al montaje propagandístico queer y a la blasfemia contra la Santa Cena.

Me entero por la prensa que su santidad ha terminado sus vacaciones de trabajo el pasado domingo (ABC, 28 de julio) y que, en el Ángelus habitual de ese día pidió que los Juegos Olímpicos de París significaran «una tregua en las guerras, demostrando un sincero deseo de paz»; bien está, pero que yo sepa ⎼y créanme que quisiera estar desinformado al respecto y equivocado⎼ no se refirió en ningún momento al montaje propagandístico queer y a la blasfemia contra la Santa Cena. Es decir, no entró en el llamado combate cultural de nuestros días, que hace frente a las «colonizaciones ideológicas, entre las que ocupa un lugar central la teoría de género, que es extremadamente peligrosa porque borra las diferencias en su pretensión de igualar a todos».

La frase que antecede está tomada textualmente de la reciente declaración Dignitas infinita, del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Y siguiendo con este documento, aprobado, claro, por el pontífice, podemos leer que «resulta inaceptable que algunas ideologías de este tipo que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños». Y no sigo citando para no hacer sangre, pero recomiendo la lectura íntegra de esta declaración a todos los católicos, además a todas las personas que, sean de la religión que sea, no acaten la dictadura del wolkismo.

No es con el silencio (quien calla otorga, dice el refrán) como pueden contrarrestarse las aberraciones, por muy divulgadas y popularizadas que estén. Como dice el profesor de la Universidad de París, Jean-François Braunstein, «para resistir al movimiento woke, solo hace falta un poco de coraje, el de atreverse a rebelarse contra sus propuestas aberrantes o abyectas, el de simplemente decir no» (La religión woke. La esfera de los Libros. 2024).

Así que, aunque suene a impopular, hay que defender la Verdad frente a las posverdades y a las ingeniosidades de turno; existen las categorías permanentes de razón, pero, además, hacen falta el corazón y el valor necesarios para defenderlas en todo trance.
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