Ya sabemos cuál es la manera de proceder de Pedro Sánchez. No tiene ningún reparo en materializar lo que tiene en mente y que piense que pueda conducirle a mantener el poder a toda costa, sea lo que sea. No importan las consecuencias, ni la gravedad del hecho. No importa lo que piensen los demás, ni el rechazo, aunque sea mayoritario, que susciten sus actos, ni que lo que pretende llevar a cabo no tenga los esperables consensos respecto a asuntos que pueden considerarse de Estado y que solo deberían adoptarse sobre la base de mayorías reforzadas o suficientes (de amplios consensos, como digo) para que puedan considerarse adoptados con plena legitimidad. Curiosamente, un personaje tan repelente para los catalanes normales y el resto de españoles como Quim Torra, ya lo caló en 2020 y lo describe perfectamente, cómo dispuesto a todo por el poder…
No teme a nada ni a nadie, ni escucha a nadie. Y lo hace con total normalidad y naturalidad. ¿Cómo podríamos decir?... con desparpajo, con desfachatez, como si tal cosa, con absoluta desvergüenza; y lo hace público sin ningún pudor ni rubor. Y lo que es peor, se trata de acciones respecto a las cuales otros políticos se lo pensarían mucho y, probablemente, no se atreverían a ejecutarlas. Él sí, y lo lleva a cabo sin titubear y con la mayor diligencia, sea el disparate que sea, sea la aberración que sea. Lo tiene claro, tira palante no hay problema.
No duda en forzar las costuras, bordear la legalidad, si no transgredirla sin ningún reparo.
Si encuentra dificultades, remueve cielos y tierra para superarlas. No duda en forzar las costuras, bordear la legalidad, sino transgredirla sin ningún reparo: hago lo que quiero, si no es legal, ya me lo tumbarán, pero solo me detendré si me detienen, si no tengo más remedio que parar porque me paran. Si nadie lo evita, haré mi santo capricho, tendrán que tener poder suficiente para frenarme. Si complico la situación política en España, qué importa. Si permito que avancen quienes quieren destruir España, adelante. Si conduzco al país a un escenario en el que pueden ocurrir cosas terribles, qué más da. Si perjudico gravemente la imagen de España en el exterior, no pasa nada. Lo único que importa es que pueda mantener el poder, como sea, al precio que sea.
Pedro Sánchez puede perpetrar actos de extrema gravedad. No conoce líneas rojas. Nada que se oponga a sus ansias ciegas de poder puede ser una línea roja para él y tiene la capacidad para hacer cosas, ofrecer cosas, dar cosas… lo que sea, a cambio de recabar apoyos para ser investido presidente, y cede, en lo que haga falta, ante minorías radicales, que poseen, todas juntas, el 5% de los votos; cuyos integrantes ven, incrédulos, como tienen la posibilidad de progresar hacia la materialización de sus delirios.
Es evidente que los españoles hemos tenido la mala suerte de que alguien como Sánchez haya irrumpido en el panorama político, de que se haya cruzado este personaje en nuestras vidas y de que esté complicando la subsanación de algunas anomalías surgidas en nuestra democracia, ocasionadas por minorías radicales que distorsionan la convivencia, pero de fácil solución; aunque, eso sí, requieren una buena dosis de firmeza y de mano dura, y es evidente que Pedro Sánchez, en vez de combatirlos, pacta con ellos. De esta manera, no solo no se les neutraliza, claro, sino que se les refuerza y se les da vida.
Pero estos colectivos radicales pueden tener la completa seguridad de que no alcanzarán, en modo alguno, sus objetivos disruptivos principales ⎼a pesar de la inestimable ayuda de alguien como Sánchez⎼ que su neutralización y aplastamiento más terminante solo se está retrasando, que la era sanchista ⎼la bicoca que supone que haya un personaje así rigiendo la política nacional que favorece sus intereses⎼ se les acabará más pronto que tarde, porque sus propios excesos nos abocarán a una situación insostenible y, cuando eso llegue, se tendrá que reaccionar con contundencia de manera impostergable.
Cuando esas minorías le pidieron los indultos, pues hecho, se indultó contra toda lógica y razón a delincuentes que no solo no estaban arrepentidos, sino que le estaban diciendo que gracias, pero que lo volverían a hacer, que libres podían preparar mejor la siguiente intentona golpista. Se indultó con la mayoría de los españoles en contra de esa medida, con el dictamen contrario del Poder Judicial.
Luego vino lo de modificar el código penal a la medida de los delincuentes que le permitía a Sánchez dormir en la Moncloa, para exculparlos, con toda desvergüenza y desfachatez, para que siguieran apoyándolo, y lo hizo sin ningún sonrojo, sin importarle lo que pudieran pensar de él en el exterior, sin importarle nada, salvo su silla de presidente y su disfrute del Falcon.
Sánchez estaba haciendo rebosar ya la cuba de los excesos, de lo que es admisible y, por tanto, dándole las últimas paladas a su tumba política.
El consuelo que teníamos quienes asistíamos atónitos a todos estos despropósitos y a semejante desvergüenza en cuanto a la manera de ejecutarlos, es que, con esas acciones, Sánchez estaba haciendo rebosar ya la cuba de los excesos, de lo que es admisible y, por tanto, dándole las últimas paladas a su tumba política.
Yo me decía: estafó al electorado, dijo que no pactaría con quienes ha pactado, se apoya en minorías que quieren destruir España y en delincuentes golpistas a los que ha indultado y exculpado como pago a su apoyo y para que sigan apoyándolo. Reconoció unilateralmente la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara. ¡Qué digo!, no reconoció, sino que atribuyó, le asignó, a Marruecos, una soberanía que no poseía, ni posee. O sea, cambió el posicionamiento histórico de España respecto al contencioso, en contra de las resoluciones de la ONU, en contra del Derecho Internacional, por tanto, y lo hizo, como digo, de forma unilateral, cuando ese cambio de postura es un asunto de Estado que requiere un amplio consenso político, que no tenía ni tiene. Incluso sus aliados extremistas estaban en contra.
La generalidad de los españoles no quiere nada de eso, sin duda, y estaba convencido de que iba a sufrir un severo voto de castigo en las próximas elecciones. De hecho, fue así, en las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo, el sanchismo sufrió un revés contundente. Que fue precisamente lo que empujó a Pedro Sánchez a adelantar las elecciones generales y todo parecía indicar que el rechazo en las próximas elecciones iba a ser clamoroso.
En esas elecciones que convocó, y al contrario de lo que piensan algunos, también fue castigado por el electorado, de lo contrario habría ganado las elecciones con claridad, como ocurrió en las elecciones precedentes, y no las habría perdido a una distancia notable del ganador, el Partido Popular.
Pero ya en la noche electoral, Sánchez vio el cielo abierto, vio claro que, pese a haber perdido rotundamente las elecciones, iba a conservar la Presidencia del Gobierno ¿Cómo? Pues concediendo todo lo que las minorías (en regresión) que quieren destruir España le pidieran; accediendo a todos los requerimientos de alguien que huyó al extranjero para intentar eludir sus responsabilidades por haber atentado contra la integridad territorial de España; cediendo a cuantos chantajes se tercien. Bueno, hay que observar que, obviamente, Sánchez no lo considera un chantaje, sino un simple medio para seguir durmiendo en la Moncloa...