¡Dios y los hermanos gallegos!

Los gallegos habían oído contar una y mil veces a sus abuelos las hazañas de sus antepasados.

Título original: La lucha por las libertades liberales contra el absolutismo


Al grito de Deus fratresque Galleciae ¡Dios y los hermanos gallegos!⎼ lucharon estos a favor de las libertades populares, en contra del feudalismo y del absolutismo despótico. Y más tarde al de ¡Patria y libertad! Forjaron el lema bendito de su amor al país, de su afán por ayudar al trono en su defensa de la unidad nacional amenazada tan de cerca por el enemigo, cuyo lema, escrito en sus corazones, esculpido en sus armas y tremolado en sus banderas, fue la mejor señal, la prueba más grande y más contundente de su denodado patriotismo.

Los gallegos habían oído contar una y mil veces a sus abuelos las hazañas de sus antepasados contra los moros en esas largas noches de invierno en que la familia se reúne al pie de la lumbre, en tanto que la nieve cubre los campos de una inmensa sabana ⎼y pretendían renovar en 1808⎼ contra los franceses, los hechos de sus mayores contra los sarracenos. ¿Qué más daba, para ellos un sarraceno que un francés? ¿No eran los unos y los otros los invasores de su patria, sus enemigos? Así los gallegos de 1808 realizaban hazañas parecidas, si no iguales, a las de sus antepasados.

Eran los mismos que en las antiguas épocas, cuando Cartago y Roma se disputaban el imperio del mundo, pelearon con furor, llegando a ser los soldados del Lete terror de los legionarios del Tiber.

Los mismos que le enseñaron a los déspotas como se muere por la patria y la libertad; díganlo los hermicios y los médulos; díganlo aquellos cinnanienses que respondieron al invasor: hemos recibido de nuestros padres el hierro para vindicarnos, no el oro para vendernos.

Los mismos que recorrieron los solares de Iberia bajo el invicto estandarte de los monarcas suevos “eran los hijos de los Gallaci”, de aquel antiguo, no muy conocido y denodado pueblo que tan vigorosa y tenaz resistencia opuso a las legiones romanas.

Los mismos que, tras obstinada y sangrienta lucha, sacudieron el yugo musulmán y entraron a formar parte de los estados cristianos que comenzaron a formarse en las montañas de Asturias.

Los mismos que no satisfechos con repeler las frecuentes algaradas de los musulmanes los atacaban con el mayor denuedo, llegando a internarse y talar los propios dominios islamistas.

Los mismos que cuando las correrías de los sarracenos eran de tal naturaleza que no podían rechazarlas por la escasez de sus fuerzas; se sostenían firmes en sus castillos y montañas sin permitirles avanzar un paso.

Los mismos que, según Rodríguez Solís, un historiador árabe coloca entre los hombres más aguerridos y mas bravos de la cristiandad.

El marcial ardimiento de los hombres de la antigua Galicia ⎼dice Annette, M. B. Meakin⎼ ha sido constantemente citado por los historiadores; así tanto Julio Cesar como Bruto se gloriaban de haber guerreado con tales enemigos, y más tarde, en los días de la invasión sarracena, fueron aquellos hombres los únicos españoles a quienes ellos no pudieron conquistar.

¿Y qué se puede decir del valor y constancia de los naturales de Galicia en la invasión francesa? ¿Qué pensaba el duque de Wellington de las cualidades guerreras de los gallegos que lucharon bajo su bandera contra el invasor francés? Tan satisfecho estaba el duque de hierro de sus soldados gallegos, que antes de dejar el país publicó una proclama de honor del cuarto cuerpo del Ejército español. Este cuerpo estaba formado por gallegos y asturianos, y a unos y a otros alabó separadamente.


Proclama.

Guerreros del mundo civilizado.

Aprender a serlo de los individuos del cuarto Ejercito que tengo el honor de mandar. Cada soldado de él merece con más justicia que yo el bastón que empuño. Todos somos testigos de un valor desconocido hasta ahora: del terror, la muerte, la arrogancia y serenidad, de todo disponen a su antojo.

Dos divisiones fueron testigos de este combate original, sin ayudarles en cosa alguna, por disposición mía, para que llevaran una gloria que no tiene compañera.

Españoles: dedicaos todos a imitar a los inimitables gallegos. ¡Distinguidos sean hasta el fin de los siglos, por haber llegado su denuedo a donde nadie llego! Nación española, premia la sangre vertida por tantos cides. Diez y ocho mil enemigos con una artillería desaparecieron como el humo, para que no os ofendan jamás.

Cuartel General de Lasaca, 4 de septiembre de 1818