Buena parte de la opinión pública de Occidente empieza a perder el sentido de la realidad. ¿Ya se ha olvidado cuántas guerras, bienes y vidas nos costó lograr la paz que hoy disfrutamos? Por un extraño complejo de culpa o una generosidad sin límites con sus enemigos integristas islámicos, abraza causas al por mayor como la de Palestina tanto como aborrece la de Israel. Apoyar al débil frente al fuerte conmueve, aunque calibrar quién es en realidad el débil y quién el fuerte, concluir quién es la víctima y quién el verdugo sea incierto. ¿Quién es el débil, quién es la víctima en Oriente Medio, Israel o sus enemigos? Y no sólo Palestina.
Hagamos un ejercicio de comprensión tan sencillo como imposible: ¿se imaginan que el mundo árabe decidiese unilateralmente reconocer al Estado de Israel y comprometerse ante la ONU no volver a atacarle, y perseguir a cualquier grupo terrorista yihadista que osara no respetarlo? ¿Qué haría Israel..? ¿Alguien en su sano juicio cree que Israel aprovecharía el buen juicio de sus vecinos para ganar más territorio o barrerlos del mapa?
Veamos la ilusión al revés: ¿se imaginan si mañana Israel decidiese frenar su carrera armamentista y se comprometiese a no atacar nunca más a sus enemigos? ¿Qué harían los países árabes beligerantes con Israel y sus satélites islámicos terroristas...? ¿Alguien duda que lo barrerían del mapa en cuanto tuvieran la mínima oportunidad?
Pónganse en el lugar de Israel. Pero no intelectualmente, ¡no! vitalmente. Vayan a la Europa de los años 30, vean la serie Hermanos de sangre o La lista de Schindler para situarse, o pregunten a sus abuelos. Allí perdieron la vida 50 millones de seres humanos (entre ellos 6 millones de judíos) porque una ideología fanática tuvo la voluntad de acabar con la libertad en Europa y exterminar a todos los que consideraron enemigos del nacionalsocialismo o inferiores a la raza aria. Si existe Israel hoy fue porque la conciencia de aquella barbarie quiso acabar para siempre con la persecución de los judíos en el mundo y los pogroms que los habían aterrorizado a lo largo de la historia.
En aquel holocausto infame, el pueblo judío se entregó a la bestia como corderos degollados, sin resistencia alguna, quizás porque ni ellos mismos se podían imaginar que serían exterminados como papel de fumar en hornos crematorios. Aprendieron la lección. La antigua ley del Talión "ojo por ojo, diente por diente…", tan presente en la cultura semita, sería desde entonces su norte. Y la han aplicado sin piedad y siempre en defensa propia contra todos los enemigos que han querido arrojarlos al mar. ¿Qué haría usted ante esa evidencia?
Israel es un pequeño país rodeado de enemigos por todas partes. Sólo tiene 22.145 km2, menos que la Comunidad Valenciana (23.255 km2). Con solo 9,9 millones de habitantes, de los cuales 7,2 son judíos, 2,1 árabes y otras etnias y religiones, todos ciudadanos israelíes que tienen representación en su Parlamento democrático.
El exterminio total estuvo en la mente y las acciones de todos los países árabes desde el mismo día de su nacimiento como Estado en 1948. Un año antes, Naciones Unidas había decidido dar una patria a la diáspora judía tan perseguida en la historia, repartiendo el territorio de Palestina en dos Estados, el Estado de Israel y el Estado Palestino, pero estos nunca lo aceptaron. Desde entonces, siempre han estado en guerra con sus vecinos árabes obsesionados con su exterminio. El apoyo de EEUU y su propia capacidad para sobrevivir a base de esfuerzo, trabajo, inteligencia y patriotismo le han permitido sobrevivir hasta el presente. Sin el apoyo de EEUU, hace años que lo hubieran borrado del mapa. A cambio, EEUU tiene la mejor base militar imaginable en el corazón de sus interés energéticos y geoestratégicos.
Ha logrado en estos 76 años de existencia ser respetado por buena parte de los países árabes que ayer fueron beligerantes con su existencia. Empezando por el poderoso Egipto, y Jordania, pero sigue teniendo enemigos a la altura del nazismo, como Irán, Yemen, Gaza, Líbano o Siria… Ni unos ni otros pueden derrotarles en una guerra, y mucho menos exterminarlos. Pero Irán, el país que despliega brazos terroristas en el Líbano (Hizbulá), Palestina (Hamás), en Yemen (Hutíes) o las brigadas bareiníes Al-Ashtar y el Hizbulá iraquí Kata'ib, etc. está a dos pasos de lograr bombas nucleares. Pretender hoy barrer del mapa a un país geográficamente extenso con armas nucleares es muy difícil, pero barrer del mapa a Israel está al alcance de un pequeño arsenal nuclear. Pónganse en el lugar de Israel.
Y no nos hagamos trampas: en Palestina, quien gobierna y utiliza los fondos internacionales para su supervivencia, es Hamás. Tampoco la Alemania nazi tuvo oposición social, al contrario, primero la llevó al poder y después calló. Como en Líbano con Hizbulá, o los palestinos con Hamás. Y detrás, Irán, una dictadura islámica a la altura de la Alemania nazi, pero con la mitad de su población, las mujeres, infinitamente peor tratadas que en el nacionalsocialismo…
Que nuestro populismo pseudocomunista de Podemos se haya apoyado para su llegada al poder en ese Irán de integrismo islámico, y sigan apoyando a sus satélites yihadistas, como Hamás o Hizbulá, es para hacérselo mirar. Que nuestros progresistas de salón hablen de genocidio en Gaza pero descuiden condenar la utilización de su propia población como escudos humanos, clama al cielo. ¿Cómo discernir entre el objetivo militar de la población no beligerante, si el yihadismo rompe hasta las reglas más humanitarias de la guerra colocando sus arsenales bajo hospitales, escuelas y mezquitas?
Hay una solución para esta maldición de Oriente Medio. Tan sencilla como improbable: crear el Estado Palestino y reconocer al Estado de Israel por ambas partes y por el resto de países en conflicto. Con una condición, el reconocimiento del nuevo Estado palestino debería ser tutelado por las Naciones Unidas durante los próximos 25 años para garantizar la democracia y eliminación de cualquier posibilidad de que grupos integristas puedan participar en el gobierno, presentarse a las elecciones, recibir cualquier ayuda humanitaria del exterior u organizarse militarmente. No sólo es cuestión de querer la paz, hay que garantizarla; es decir, ha de ser impuesta por cualquier medio por las potencias de la zona y los cinco Estados con derecho a veto en la ONU. No sólo hay que desear la paz, hay que enseñar a vivir en paz, una batalla cultural que hoy rechaza el integrismo islámico y que es preciso garantizar por la fuerza. No tanto por obligarles a ser esto o lo otro, sino para evitar que ellos nos obliguen al resto a misa diaria y a una ración de hostias a la mujer para mantenerla sumisa y callada.
¿Está preparado Occidente para tal empresa? Desde que Claude Lévi-Strauss, antropólogo y filósofo, publicara Raza e historia en 1952, el rechazo al etnocentrismo europeo produjo un sentido de culpa en el alma occidental en defensa del mito del buen salvaje de Jean-Jacques Rousseau, que nos ha tenido atenazados hasta hoy. Quizás ese fuera el origen de que haya tanta opinión pública occidental empeñada en ostentar buena conciencia a costa de denigrar a todo quien, consciente de nuestra debilidad, trata de poner freno a los nuevos inquisidores del siglo XXI. Llámense islamistas, indigenistas o populistas. Las nuevas religiones laicas que nuestra izquierda woke y sentimental esgrime contra todo occidental blanco, liberal, cristiano y demócrata.
El "ojo por ojo y diente por diente" de Israel no es mera venganza, es la única salida que le queda para sobrevivir. Está muy bien pedir la paz, estaría mejor que el mundo le garantice a Israel el derecho a existir como cualquier otro pueblo. No es un conmigo o contra mí, como tratan de ridiculizar nuestros equidistantes exquisitos occidentales, solo es supervivencia.