Opinión

Hispanidad y leyenda negra (IX).

Blas de Lezo inmortalizó la epopeya de la defensa de España para siglos posteriores y cerró la aspiración inglesa de dominar América del Sur.


Artículos anteriores del mismo autor y tema Hispanidad y leyenda negra: primera entrega, II, III, IV, V, VI, VII y VIII.

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Cuando uno busca en Google “Batalla de Cartagena de Indias” te ofrecen también la de 1586. No pierden ocasión para “desviarte” y en este caso contarte la incursión que hicieron los ingleses del 9 al 11 de febrero de 1586, cuando todavía la armada de ese país no era más que un grupo de piratas como el que la dirigió Francis Drake que, con 30 barcos y 2.300 soldados, saqueó a una fuerza española que era la mitad en número y sufrió 300 muertos, por sorpresa durante dos días, con secuestros y negociaciones de rescate que llegaron a 500.000 pesos, antes de retirarse, dos meses más tarde, a causa de que los puertos españoles todavía no estaban fortificados. Incapaces de sostener la situación abandonaron antes de que llegara la respuesta de España. De Francis Drake digamos que en 1587 atacó la Armada española en Cádiz y en las Azores capturó una nave cargada de riquezas, por eso este pirata fue un gran héroe para los ingleses.

Y sobre la actitud mendaz de Google, ¿Cómo se puede ensalzar así la leyenda negra agregando al describir la batalla de Ayacucho en 9 de diciembre de 1824, diciendo que Antonio José de Sucre se enfrentó al Ejército realista «con las modestas tropas del Ejército Unido Libertador»; cuando en realidad los dos ejércitos estaban conformados por una cantidad similar de unos 6.000 hombres cada uno?

Pero hoy nos vamos a centrar en la auténtica batalla de Cartagena de Indias, la ganada por Blas de Leso en 1741, después de haber sufrido el sitio, el asedio más horrendo, con la mayor desproporción de fuerzas frente a un enemigo ocho o diez veces más numeroso. Es posiblemente una de las gestas más importantes de todas las batallas habidas en la historia de la humanidad. Y lo haremos de la mano de Fernando Díaz Villanueva que escribió la historia hace 10 años. Ocurrió durante el reinado de Felipe V.

Los ingleses, después de haber destruido la ciudad de Portobelo en Panamá atacaron Cartagena de Indias. Después de más de medio siglo del descubrimiento, al Imperio español lo asoló la piratería, corsarios británicos, franceses y holandeses; eso obligó a fortificar los puertos. Las expediciones salían de Sevilla una vez al año hacia Veracruz, unas, y otras a Portobelo; pero también hacia América del Sur y por el Pacífico, una abrumadora trama de vías comerciales que hoy nos parece increíble. Cuando en el s.XVIII los ingleses se habían jubilado de la piratería, y ya eran una respetada potencia marítima, decidieron atacar la yugular de esta red de flotas, atacando Panamá, y así partir la América española en dos, y después lanzarse como rateros sobre sus prósperas ciudades. Como excusa pusieron la oreja del capitán Jenkins, cortada por sentencia, por comerciar ilegalmente en la Florida: la “guerra de la Oreja de Jenkins” la llamaron.

Pensaron asestar el golpe definitivo al Imperio español, atacando el puerto más importante del Virreinato de Nueva Granada, el de Cartagena de Indias.

En 1739 el almirante Edward Vernon bombardeó Portobelo como hemos dicho, España se lo esperaba y por eso mandó desviar la ruta comercial, fue una victoria pírrica que interrumpió la flota de los galeones y poco más. Pero ellos, animados, pensaron asestar el golpe definitivo al Imperio español, atacando el puerto más importante del Virreinato de Nueva Granada, el de Cartagena de Indias; bella y rica ciudad, llena de palacetes barrocos e iglesias, pero sus defensas eran las más fortificadas de América. La bahía que flanqueaba el puerto era una poderosa cazuela, que protegida por piezas de artillería, el bastión de San Luis, el Fuerte de Manzanillo y otros parapetos eran la experiencia de numerosos abordajes fallidos: ¡18 veces intentaron ingleses y franceses hacerse con Cartagena, estrellándose siempre.

Los ingleses se plantearon la batalla con sumo cuidado, Vernon no quería dar un mal paso, de modo que formó en Jamaica una gran flota, la más grande desde la gran Armada española, la Invencible, que se había estrellado contra Inglaterra por la fuerza de las tormentas, dos siglos antes. La componían 186 navíos, 23.600 hombres y 3.000 piezas de artillería (lo que dio Dios a los españoles por las buenas, los ingleses se lo quisieron quitar por las malas). Los españoles sólo tenían seis barcos de la Armada y apenas 3.000 hombres, de ellos unos 300 marineros, para defender la plaza. Sebastián Eslava, virrey de Nueva Granada, nervioso e intranquilo, pidió socorro a La Habana, donde estaba la Real Armada del almirante Torres, el aviso nunca llegó, porque posiblemente los ingleses interceptaron el navío que lo llevaba.

Pero Sebastián Eslava no estaba solo, tenía a Blas de Lezo (1689-1741), marino de leyenda que causaba terror entre los británicos. Había nacido en Pasajes, pueblo de Guipúzcoa, y era la viva expresión del héroe guerrero; había perdido una pierna en Gibraltar, el ojo izquierdo en Tolón, y un brazo en Barcelona; todo ello luchando contra los ingleses. Les había atrapado once navíos ingleses y otros tantos piratas. Lo llamaban con cierta sorna de admiración “medio hombre”. Vernon le mandó un mensaje en el que le decía que sus días de gloria tocaban a su fin, y Blas de Lezo le contestó: «Si yo hubiera estado en Portobelo, no hubiera Vd. insultado las plazas del rey mi señor, porque el ánimo que les faltó a los de Portobelo, me habría sobrado a mí para contener su cobardía». Tan engreído estaba Vernon, que hasta mandó un navío a Londres, encargando acuñar unas monedas que celebraran su triunfo, con una inscripción en la que Lezo, arrodillado ante él, le entregaba las llaves de la ciudad rendida.

Blas de Lezo había decidido luchar hasta el final, «muerto antes que derrotado, como en Numancia».

El 20 de marzo de 1741 la flota ingente apareció en Bocachica, la entrada de la bahía de Cartagena. Vernon ordenó un cañoneo intensivo día y noche. La fortaleza de San Luis cayó tras recibir 6.061 bombas y 1.800 cañonazos, según apuntó Lezo en su diario. Eslava ordenó hundir los seis barcos suyos, para dificultar la entrada a la bahía de los barcos ingleses. Pero Vernon desembarcó y el 13 de abril comenzó el asedio de la ciudad; faltaban alimentos y el enemigo no daba tregua. El 17 de abril, la infantería británica ya estaba a un solo kilómetro del castillo de San Felipe. Blas de Lezo había decidido luchar hasta el final, «muerto antes que derrotado, como en Numancia».

Convencido que era posible vencer, excavó un profundo foso alrededor del castillo, para que las escaleras inglesas, se quedaran cortas al intentar tomarlo. También mandó hacer trincheras en zigzag, así evitaría que los cañones se acercasen demasiado, y así podría enviarles su temida infantería en cuanto reculasen. Su última artimaña fue enviar a dos de los suyos al lado inglés. Se fingieron desertores y llevarían a los ingleses hasta un lado de la muralla bien protegido, donde serían masacrados sin piedad. El plan funcionó a la perfección y los británicos fueron cayendo en todas las trampas.

Vernon ordenó retirarse… ¡Había fracasado! Y maldijo a Lezo.

Las escalas se demostraron insuficientes. Al replegarse les esperaban los infantes en las trincheras, con la bayoneta oxidada, sedienta de sangre. El descalabro ante el castillo de San Felipe desmoralizó a los ingleses, además se habían abierto muchos frentes y Vernon se había revelado como un incompetente incapaz de vencer a 850 españoles harapientos y famélicos, capitaneados por un anciano manco, tuerto y cojo. El pánico se apoderó de los “casacas rojas”, que huyeron despavoridos; los artilleros abandonaron sus cañones y bayoneta en mano cargaron contra los ingleses al grito de ¡A por ellos, matad a los herejes!; mano de santo, porque los ingleses corrieron hasta sus barcos, y los cadáveres no sepultados al sol del Caribe, hicieron aflorar la peste que se cebaría con los ingleses en los días siguientes. Vernon ordenó retirarse… ¡Había fracasado! Y maldijo a Lezo, y prometió volver tras reforzarse en Jamaica. Lezo le respondió que construyera otra escuadra mayor «porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres». Tras casi 10.000 muertos y otros tantos heridos, nunca volvieron salvo a la Habana en 1762 a importunar los puertos del Caribe. Hasta el rey Jorge II impidió que se hablara de esta batalla. Una flota mayor sólo se reunió en Normandía en la II Guerra Mundial.

Lezo, pues, inmortalizó la epopeya de la defensa de España para siglos posteriores y cerró la aspiración inglesa de dominar América del Sur. Lezo, increíblemente olvidado por la Historia, ha sido reivindicado por Abascal, que en 2019 ha pedido hacer una película del héroe, y aunque el director Borja Cobeaga, guionista de Ocho apellidos vascos, Fe de etarras respondió: «No escribimos un guion sobre Blas de Lezo porque no nos da la puta gana», Abascal le respondió: «Soy capaz de buscar a Mel Gibson».

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