Lo que llega a originar la creencia en ‘el relato’...

«...En cualquier ‘relato’ que, con la utilización de las actuales técnicas de persuasión, nos entontece y priva de raciocinio».


Título original: La Nueve y el relato. Publicado en primicia en The Objetive (31/08/2024), y posteriormente por Salir al Aire (con autorización de la autora). ​Leerlo en el sitio web original.

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La Nueve y el relato.

Acabamos de conmemorar, esta vez con repercusión mediática, la entrada triunfal de La Nueve en París. Esta compañía, como consecuencia de su valor en combate, tuvo el honor de encabezar la entrada del ejército de los Aliados en la capital de Francia. Era, La Nueve, una fuerza de choque formada básicamente por soldados republicanos españoles que, tras la derrota en la Guerra Civil, habían huido al extranjero y se habían integrado en las fuerzas aliadas, sobre todo en el ejército de la Francia libre, en la lucha contra el fascismo y el nacional socialismo, en África y en Europa. Fueron protagonistas de acciones célebres, interviniendo desde el desembarco en Normandía hasta la toma del Nido del Águila, el refugio de vacaciones del propio Adolf Hitler en los Alpes bávaros.

Ahora comenzamos a conocer en forma más íntegra sus hazañas, que habían permanecido «escondidas» en la historiografía, tanto francesa como española, porque las exigencias del «relato» así lo habían impuesto. Daban que pensar las fotografías de la época, al ver que los carros blindados que avanzaban por los Champs Elysées, se denominaban «Madrid», «Teruel», «Ebro», «Brunete»… Y no éramos suficientemente conscientes de quiénes eran los que los conducían y acompañaban, porque lucían uniformes franceses y estaban bajo mando estadounidense.

Tampoco sabíamos que La Nueve era la punta de lanza de la División Leclerc, que estaba a su vez reforzada por unidades de infantería del ejército estadounidense. Ni que Amado Granell, el militar valenciano que la comandaba, aparecía en primera página del diario Libération, simbolizando la liberación de París tras conseguir expulsar a la Wehrmacht, luchando en los suburbios y las calles de la capital francesa conjuntamente con la Resistencia.

Que no lo supiéramos nosotros entra dentro de la lógica franquista de la época, para no loar las acciones de los vencidos. Pero que tampoco tuviera relevancia en Francia precisa de un cierto análisis, centrado en «el relato» que ya en aquellos tiempos cobraba una importancia singular. No olvidemos que los maestros en ello fueron las radios y el cine nacionalsocialista, tan decisivos en aquellos momentos.

De Gaulle entró pocos días después que Granell y Leclerc en París, cuando la ciudad estaba ya bastante «limpia» de alemanes y colaboracionistas. Sus palabras forman parte de la leyenda: «¡París, París ultrajado! ¡París arrasado! ¡París martirizado! ¡Pero París liberado!». París, decía De Gaulle, «liberada por sí misma, liberada por su pueblo, con el apoyo de Francia entera», como si no hubieran existido La Nueve ni los americanos. Y éste es «el relato» que cuajó. Con un despliegue chauvinista de manual, a De Gaulle le importaba mucho generar la imagen de que Francia sólo se debía a sí misma.

Una vez finalizada la Guerra Mundial, algunos integrantes de La Nueve, con Granell a la cabeza, pensaron que podrían conseguir que, con el triunfo sobre los totalitarismos, y de acuerdo con algunos políticos monárquicos y republicanos españoles exiliados, los Aliados podrían también liberar España. Y a ello se aplicaron, especialmente desde el Partido Comunista, organizando el denominado «maquis» y preparando también para ello a sus presos en las cárceles franquistas como guerrilla de resistencia que podría unirse al avance de los ejércitos aliados, creyendo que podrían entrar por los Pirineos o desembarcar en las costas de Galicia.

Recuerdo una anécdota que me contó Marcos Ana en su exilio parisino, en los primeros años setenta del pasado siglo, cuando yo le hacía una entrevista tratando de entender la evolución del PCE hacia el eurocomunismo. El poeta había estado encarcelado en el presidio de El Ferrol del Caudillo (entonces se llamaba así) y estaban allí, en plena Segunda Guerra Mundial, en la creencia de que el avance de los aliados en Francia, con la integración de batallones de republicanos españoles y la conjunción que con ellos podían tener los maquis gallegos, iba a culminar con un desembarque antifascista en las playas de Galicia. La consigna que tenían era que cuando comenzaran los bombardeos previos, los presos debían iniciar un levantamiento que les llevara a tomar la prisión para unirse seguidamente a las tropas aliadas e iniciar así la reconquista republicana de España.

Y esperando, esperando (los cañonazos…) una noche, efectivamente, se oyeron grandes detonaciones. Inmediatamente, los conjurados iniciaron el levantamiento y lo tuvieron que dejar al poco tiempo: habían comenzado las fiestas patronales y, confundiendo sus deseos con la realidad, lo que se les antojó como bombardeo no era otra cosa que un inmenso castillo de fuegos artificiales. La cosa, ciertamente, no terminó muy bien para ellos, que sufrieron las correspondientes represalias y alguna que otra prolongación de condena. Se habían creído el relato y no habían tenido en cuenta, en su espejismo, que los planes de Churchill no coincidían con los suyos…

«El problema aparece cuando esa comunicación busca la confrontación o manipula, cosa que sucede muy a menudo hoy en día»

Lo que llega a originar la creencia en «el relato»… En cualquier «relato» que, con la utilización de las actuales técnicas de persuasión, nos entontece y priva de raciocinio. Aunque ya se habían estudiado modelos teóricos alrededor de la comunicación a principios del siglo XX, sobre todo en las universidades americanas (Harvard, Illinois), que influyeron marcadamente a las europeas (recordemos al Círculo Lingüístico de Praga influido por Jakobson), fue el nazismo quien desplegó no solo en teoría sino en la práctica. Los modelos comunicativos que mejor sirvieron a sus fines (Goebbels controló “magistralmente” a la UFA para su propaganda) están a la orden del día en muchos ámbitos. Tengámoslo en cuenta, porque, aunque, en teoría, el modelo puede ser seguido desde políticas distintas, siempre ha tenido éxito cuando lo que se ha pretendido es reforzar teorías supremacistas, nacionalismos exacerbados y demás.

¿Qué es lo que ha cambiado? Pues que ahora la difusión de mensajes se ha «democratizado». Cualquiera puede intervenir en redes sociales, lo cual es, de entrada, positivo. El problema aparece cuando esa comunicación busca la confrontación o manipula, cosa que sucede muy a menudo hoy en día. Y en que la cantidad se ha impuesto a la calidad comunicacional.

Por eso se ha impuesto la «neolengua», tergiversando los conceptos y llamándonos a adoptar posiciones que no tienen nada que ver con la realidad sino que responden a una manipulación muy bien estudiada. Nos dicen que, con el acuerdo para la investidura de Salvador Illa, el establecimiento del nuevo modelo de financiación para Cataluña, constituye un avance hacia el federalismo, cuando se trata de un consorcio económico que podría ser propio de un modelo confederal, ya que el bilateralismo y la desigualdad que ese nuevo modelo pretende, rompen con la cohesión propia de los sistemas federales.

No se le quiere llamar «concierto”, sino «financiación singular»… En el que también se aplicará el regresivo «principio de ordinalidad», de acuerdo con el cual, simplificando, quien más aporta al fondo común más tiene que recibir en el posterior reparto general, aumentando así la ceremonia de la confusión al respecto. Nos dicen que en Cataluña la situación se ha «normalizado» porque ya no estamos ante una kale borroka como la que se instauró en los momentos álgidos del procés.

Dejando al margen que los del secesionismo ya no la necesitan porque tienen un Gobierno en España que cede a todos sus chantajes, el discurso del odio hacia lo español o hacia lo catalán que no sea lo suyo, no ha cesado, incluso se ha reforzado. Es posible ahora mismo, en las fiestas del barrio de Gracia de Barcelona se quemen banderas españolas, efigies del Rey y hasta del presidente de la Comunidad Valenciana, por no loar las virtudes del nacional-catalanismo. O que, en las fiestas de Granollers, se impartan talleres de guerrilla urbana y se enseñe a fabricar falsos cócteles molotov para atacar a la policía, como en las mejores épocas batasunas en el País Vasco. La «convivencia» propuesta por Sánchez e Illa en todo su esplendor.

Cala tanto «el relato» de la singularidad en las taifas autonómicas que, a veces, corremos el peligro de parecer que se está en contra de esa financiación privilegiada para Cataluña porque ello provocaría que el resto, cada una individualizadamente, recibiera menos transferencias estatales. Sin embargo, esa disminución de ingresos no sería el problema primordial, sino una de las consecuencias de la instauración de un modelo confederal y asimétrico, abiertamente anticonstitucional, que rompería la solidaridad propia del federalismo de un estado, como el autonómico, que tiene precisamente en esa solidaridad uno de sus principios fundantes.

Y tan fuerte es el «el relato» nacionalista asimilado por esa no-socialdemocracia que nos (des)gobierna, en España y ahora también en Cataluña, que el mismo presidente de la Generalitat hace suyo el de ERC, cuando Marta Rovira afirmó que “tenían preparado un plan B por si el plan A no salía”. Saben que lo que pretenden hacer es contrario a la Constitución. Saben que es muy difícil que en el Congreso de los Diputados (no digamos ya en el Senado) puedan obtener la mayoría necesaria para realizar las reformas legales sobre financiación singular, sobre la exclusión del español o sobre las relaciones exteriores que, aun siendo abiertamente contrarias a la Constitución, pretenden imponer.

Lo saben tanto que, Salvador Illa, esta vez puede que sin mentirnos (por una vez que no quede) afirma taxativamente que, si no se logran las mayorías necesarias en el Congreso, buscarán «los caminos y maneras de hacerlo efectivo”. La Constitución, el Estado de Derecho, le importan un comino. Todo vale para ocupar la Generalitat.

Cuando estudié que Loewenstein clasificaba las constituciones en normativas, nominales y semánticas, nunca llegué a imaginar que estaríamos ante la tesitura de dilucidar si la actualmente en vigor, podría ser catalogada como nominal o como semántica. Porque desde luego, como normativa, con tanta mutación constitucional como la que se está arteramente perpetrando, creando ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda, desde luego que no.

Basta con releer una obra que tuvo una influencia inmensa en los primeros años de vigencia de nuestra constitución La Constitución como norma y el Tribunal Constitucional, escrita por Eduardo García de Enterría y Tomás Ramón Fernández, para darnos cuenta de que aquello por lo que tantos juristas y políticos trabajaron en su momento, buscando la asimilación de nuestro sistema jurídico-constitucional con las democracias avanzadas, con una constitución democrática efectivamente aplicable, está siendo devastado por una caterva de «pseudo-juristas».

Tergiversando los conceptos, mutación constitucional tras mutación constitucional (ya nos dijo un antiguo ministro de Justicia ahora magistrado del Tribunal Constitucional que estábamos en fase «constituyente») pretenden imponer relatos periclitados, más propios de lo que se ha denominado, con cierto y bien ganado desprecio, democracias bananeras, que de un Estado miembro de la Unión Europea.

No me gustaría que, al final, con tanta ceremonia de la confusión, Eduardo García de Enterría y Tomás Ramón Fernández fueran tan desconocidos para las nuevas generaciones de estudiantes de Derecho, como para nosotros lo han sido La Nueve y Amado Granell.

¡Ay! El relato…


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